UN “TAMBO y TRES CABEZAS”: “CARTEL de SINALOA SIEMBRA MIEDO a RIVALES con NARCOMENSAJE
La brutalidad que azota Sinaloa bajo una estrategia que los combate, igual de bruta, pues no distingue culpables de inocentes, que acumula levantones,cabezas humanas, cuerpos desmembrados y ejecuciones a plena luz del día, es el retrato más descarnado del fracaso de la estrategia de seguridad encabezada por Omar García Harfuch, el Ejército Mexicano y el gobernador Rubén Rocha Moya. No hay matiz posible, ni como ayudarlos: la violencia no solo no ha cedido, sino que ha escalado a niveles inéditos, pese a los discursos oficiales y el despliegue de miles, miles de efectivos federales y militares poco efectivos.
Ayer nuevamente y como todos los dias,esta violencia azotó nuevamente los municipios de Navolato y Culiacán, en Sinaloa, donde fueron dejadas tres cabezas humanas, restos humanos y el cuerpo de un hombre maniatado, con múltiples huellas de tortura.
En el puente de San Blas, en la carretera La Costera (autopista Benito Juárez), cerca de la sindicatura de Villa Ángel Flores, en Navolato, fueron dejadas las cabezas sobre material presuntamente utilizado en un narcolaboratorio,ademas de un narcomensaje pegado a un tambo de químicos.
“2 cocineros de un narcolaboratorio del “300” que operaban en los terrenos del “11”, esto les va a pasar a todos los mugrosos sean pecheras, cocineros o punteros de los “CHAPOS” ,para que sepan que entramos a NAVOLATO y vamos a correr a todos, tienen 24 hrs para correr bola de “LACRAS”.
Automovilistas que transitaban por el lugar observaron un tambo azul y dos cajas de plástico de color negro, una con tapa azul y otra amarilla. Sobre una de éstas se halló una cabeza decapitada, y dos más sobre la otra.
Los torsos y extremidades de las víctimas se encontraban dentro de las cajas y el tambo azul, confirmaron fuentes locales.
Todo esto ocurre mientras Omar García Harfuch presume operativos, pero la realidad lo desmiente: tras anunciar con bombo y platillo el envío de 1,200 soldados y 400 policías federales adicionales, la violencia se recrudeció.
Sinaloa registró un incremento del 232% en homicidios en los primeros cuatro meses de 2025 respecto al año anterior, con escenas dantescas como la masacre de 20 personas y cuerpos colgados de puentes. El discurso triunfalista de la SSPC y de Harfuch, que presume “compromiso permanente” y cifras de aseguramientos, choca con la sangre derramada y la impunidad rampante.
El Ejército, rebasado y resignado: incluso un general de la III Región Militar admitió públicamente que la seguridad en Sinaloa “no depende de las fuerzas castrenses, sino de los grupos del crimen organizado”.
Esta declaración es una rendición tácita: el Estado mexicano, con más de 10 mil elementos desplegados, no controla el territorio ni la vida cotidiana de los sinaloenses, que viven entre balaceras, extorsiones y desapariciones forzadas,estan fallando como lo han venido haciendo sexenio tras sexenio y aun no aprenden de los errores y menos de los horrores.
El gobernador Rocha Moya, entre la negación y la impotencia: mientras la entidad suma más de 1,647 homicidios y semejante numero de levantados en 10 meses, el propio mandatario ha reconocido —en un ejercicio de autocrítica tardío— que “no hemos logrado frenar la inseguridad” y que la violencia sigue fuera de control.
A pesar de los decomisos y operativos, la realidad es que la guerra entre facciones del Cártel de Sinaloa (“Los Chapitos” contra “La Mayiza”) ha convertido al estado en un campo de batalla, donde la gobernanza criminal se impone sobre la autoridad.
“No existe el Estado, reitero, en amplias zonas del país, eso es terrible. Son otros los que imponen la ley, los que cobran impuestos, los que extorsionan, los ciudadanos estamos a merced de la delincuencia”.
La sociedad, harta y aterrorizada: la población vive recluida, las escuelas y negocios cierran por miedo, y las protestas sociales empiezan a emerger ante la parálisis oficial.Las más de 1,689 desapariciones forzadas desde septiembre de 2024, ejecuciones masivas y ataques a plena luz del día son la norma, no la excepción.
La ola de violencia perpetua en Sinaloa, marcada por actos de crueldad extrema y mensajes de terror, representa la degradación última del tejido social bajo el yugo del crimen organizado. Estos hechos, perpetrados con una brutalidad que trasciende lo imaginable, son la manifestación más descarnada de una lógica de poder que se alimenta del miedo y la impunidad. Los autores de tales atrocidades no solo buscan eliminar rivales, sino instaurar un régimen de horror que sustituya la ley por el terror, la convivencia por la barbarie.
El gobierno
Sin embargo, resulta igualmente inquietante la respuesta —o la ausencia de ella— por parte de las autoridades. La ineficacia institucional, la parálisis operativa y la retórica vacía de los responsables de la seguridad pública configuran una omisión que raya en la complicidad. Cuando el Estado abdica de su deber fundamental de proteger la vida y la dignidad de sus ciudadanos, incurre en una forma de violencia institucional que, aunque menos visible, es igual de corrosiva y devastadora.
Así, Sinaloa se convierte en un escenario donde la barbarie criminal y la ineficiencia gubernamental se retroalimentan, condenando a la sociedad a una espiral de miedo, desconfianza y desamparo. Es un recordatorio doloroso de que la ausencia del Estado no es neutral: es, en sí misma, una traición a la promesa más elemental de la civilización.
La estrategia de seguridad en Sinaloa no solo ha fracasado: ha dejado al descubierto la incapacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos, la simulación de resultados y la resignación ante el poder del crimen organizado. Ni Harfuch, ni el Ejército, ni Rocha Moya han podido —ni parecen saber cómo— devolver la paz a Sinaloa. La sociedad exige respuestas y acciones, no más excusas ni discursos huecos.