SICARIOS SUICIDAS y TRUEQUE de VIDAS, SICARIATO KAMIKAZE
El sicariato kamikaze es la nueva pintura rupestre de la guerra criminal mexicana: hombres y muchachos que empuñan una pistola sabiendo que no habrá mañana. Ya no se trata de escapar, sino de dejar huella, un eco de pólvora que sirve como mensaje para quien todavía dude de quién manda en las calles, su majestad el narco.
El asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, lo dejó claro: ni escoltas, ni blindajes, ni pactos tácitos con el miedo son garantía de vida. Un menor de edad, 17 años apenas, aprovechó el ruido festivo del Día de Muertos para confundir la muerte con una causa. Se mezcló con los asistentes, caminó entre flores y calaveras hasta quedar a tiro del alcalde, y disparó siete veces. No intentó huir mucho; sabía que el desenlace venía incluido en el contrato invisible del crimen.
La pistola calibre 9 mm que usó el chamaco —según la SSPC— ya había cantado antes, en pleitos entre células del CJNG y sus enemigos de siempre. En Michoacán, todos tienen enemigos. Algunos hasta los veneran con corridos.
Pero la moda del sicario suicida no se inventó en Uruapan. En Coyuca de Benítez, Guerrero, el candidato José Alfredo Cabrera se desplomó en su cierre de campaña, justo cuando iba a decir lo de siempre: que el pueblo merece un cambio. El matón lo esperó a unos pasos, le disparó y cayó también, a balazos de la Guardia Nacional. Un intercambio de pólvora que bien podría haberse llamado “democracia mexicana en vivo”.
Un año antes, en Guaymas, un comando con granadas irrumpió frente al Palacio Municipal. Murieron una activista feminista, un escolta y uno de los agresores. El ataque parecía una venganza dirigida al jefe de la policía, pero la metralla no distingue jerarquías. En los pasillos del poder local, la muerte siempre tiene pase VIP.
Cada uno de estos episodios dibuja un mismo retrato: un ejército de jóvenes sin futuro que prometen inmortalidad a quienes los reclutan, a cambio de una muerte rápida y una fama que dura lo que un noticiero. Una generación que cambió el sueño del “Narco Jr.” que vive de lujo por la épica del que se lanza al fuego, como si la muerte fuera el último influencer.
Mientras tanto, las fuerzas federales siguen apostando su suerte en un tablero en el que el enemigo no teme morir. Y si la lógica de la muerte ya no es disuasiva, ¿qué queda por usar?