"El rey de Durango", el operador de "El Mayo" al que narcos, políticos, empresarios y curas se le cuadraban"
Su figura tosca, repartida en 170 centímetros de alto, sus manos como corteza reseca y su mirada penetrante aún está en la memoria de quienes solían verlo en la Plaza de Armas con cuatro escoltas —dos en cada costado— caminando hacia su próxima cita con algún político duranguense. Su andar inconfundible, una marcha tipo militar, despertaba murmullos a su paso: “ese es G-1”.
Para la clase política local, contar con el respaldo financiero de aquel hombre cuarentón con corte de cabello “flat top” era imprescindible para emprender alguna campaña electoral. Los más osados, incluso, le solicitaban un porcentaje de las ganancias de las gasolineras que administraba para Alejandro y José Luis Cabrera Sarabia, aliados del Cártel de Sinaloa en Durango.
De Gerardo Soberanes, el temido G-1, se cuentan muchas historias. La mitad están exageradas por sus seguidores y la otra mitad son subestimadas por sus rivales. En un desierto vasto de anécdotas, tres datos son reconocidos como ciertos: que fue el operador financiero de El Mayo Zambada y del clan criminal de los Cabrera Sarabia durante las últimas dos décadas, que decenas de candidaturas de todos los partidos políticos fueron avaladas por él y que este viernes, por fin, su reinado tuvo un abrupto fin.
A las 4 de la mañana de este 20 de enero, mientras el G-1 y sus escoltas dormían en el fraccionamiento Cortijo Residencial en la capital de Durango, un grupo de militares de élite de la Secretaría de la Defensa Nacional ejecutaron un operativo para detenerlo, que llevaba ocho meses de planeación. Su poder en Durango era de tal tamaño que el arresto se tuvo que hacer sin notificar al gobernador priista Esteban Villegas para evitar una fuga de información que le permitiera fugarse.
La implementación fue quirúrgica: apoyados por aeronaves artilladas, las Fuerzas Armadas detuvieron al G-1, señalado por el propio Ejército como “compadre” del senador morenista José Ramón Enríquez Herrera, a sus escoltas y apenas hubo un militar herido, pero no de gravedad.
Tampoco hubo una reacción violenta en la ciudad tras la aprehensión ni amenazas de asesinar civiles. A diferencia de otros arrestos de capos de alto perfil que desatan una jauría de sicarios, los duranguenses pudieron hacer un viernes normal, mientras el también apodado Licenciado viajaba esposado en un helicóptero militar hacia una prisión de máxima seguridad.
Él era, hasta ayer, el personero de los hermanos Alejandro y José Luis Cabrera Sarabia, aliados y representantes del Cártel del Pacífico en Durango desde 1996, cuando iniciaron los envíos masivos de mariguana, cocaína y heroína desde la entidad hacia Estados Unidos. El vocero y actuante de un poder criminal acumulado en más de 27 años de tráfico de drogas, armas y migrantes indocumentados.
Para miles en el noroeste de México, el arresto de Gerardo Soberanes es una noticia que jamás creyeron escuchar. Él es el equivalente en Durango a un Chapito en Sinaloa o a un Treviño en Tamaulipas. Discreto a nivel nacional, pero notable en lo local, el G-1 es el guardián de los secretos de los Cabrera Sarabia, de la clase política local, empresarial y hasta de los sacerdotes que le bendecían esos caballos pura sangre que tanto le fascinaban.
El poder de poderes
Él mismo, en los corridos que ordenó componer y que le entonan cantantes como Chuy López, aseguraba que su vida sería tan larga e intocada como la de su padrino criminal, El Mayo Zambada, quien a sus 75 años jamás ha sido detenido y opera en las sombras sobre fajos de billetes.
Las investigaciones militares indican que, a cambio de ese dinero, Gerardo Soberanes infiltró casi todo el estado colocando a familiares e incondicionales en puestos clave del servicio público: desde alcaldías, regidurías y diputaciones de todos los colores hasta cargos en dependencias educativas.
Tener ojos y oídos por todo el estado le facilitaron ser el operador financiero predilecto de El Mayo Zambada y de los Cabrera Sarabia en Durango: su poder llegó a tal nivel que militares que le siguieron la pista durante meses aseguran que él es el autor intelectual del secuestro del empresario Fernando Peyro, un presunto lavador de dinero investigado por el FBI que tenía una amistad cercanísima con el entonces cardenal Norbeto Rivera. Ni los estrechos lazos de Peyro con la Iglesia católica detuvieron al G-1 para demostrarle que la única divinidad en Durango era él.
“En la gubernatura de Jorge Herrera Caldera (2010-2016), cuando alguien traía un buen carro y entraba a Durango, los agentes de tránsito tenían la orden de avisar al ‘G-1’ para que él aprobara hacer una investigación del sospechoso. Si libraban el interrogatorio, podían seguir su camino (…) pero si había una mínima sospecha de sus intenciones en el estado, se les llevaba con él y… pues ya te imaginarás lo que les pasaba”, dice uno de los militares involucrados en su detención.
El Rey de Durango, le llamaban, porque su influencia parecía unipersonal, vitalicia y ordenada desde los cielos del crimen organizado. La corona solo caería de su cabeza como le sucede a los monarcas: por una revuelta o por la muerte natural.
De su caída también se cuentan muchas historias en el estado. Unos dicen que perdió ante el Ejército mexicano porque su reinado lo traicionó; otros, que fue víctima de su propio ego y se confío creyéndose intocable. Un dato sí es cierto a partir de ayer: Gerardo Soberanes cambiará su abrasador alias criminal por el frío número de un reo en el sistema penitenciario.