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Terminaron matando al Teniente, un taxista fue baleado, lo llevaron al Hospital pero hasta allá fueron los Sicarios a rematarlo, él sobrevivió de nuevo pero su padre que lo cuidaba no

- 20:14:00

 

Terminaron matando al Teniente, un taxista fue baleado, lo llevaron al Hospital pero hasta allá fueron los Sicarios a rematarlo, él sobrevivió de nuevo pero su padre que lo cuidaba no

Un Teniente del Ejercito en retiro,padre de un taxista que fue baleado el lunes en Tuxpan, Veracruz, fue asesinado ayer martes en el hospital del IMSS Bienestar donde cuidaba a su hijo.

El ataque ocurrió poco después de las 6:00 horas locales, y el taxista que estaba internado resultó nuevamente herido, fue intervenido y sobrevivió, pero su padre falleció en el lugar.

Según testigos, un hombre ingresó al hospital y pidió ver a su familiar internado, lo cual le fue autorizado, y ya en la habitación donde estaban el taxista y su padre, sin mediar palabra, concretó el ataque armado.

La tarde de ayer, dos desconocidos que se desplazaban en motocicleta atacaron a balazos a Mario Alberto “N” cuando circulaba a bordo del taxi con número económico 899 en calles de la Colonia Anáhuac.

Lo ocurrido en Tuxpan, Veracruz, es otra muestra cruda y dolorosa del nivel de descomposición que enfrenta el país bajo el yugo del crimen organizado, y su atroz capacidad para operar con impunidad incluso en espacios considerados seguros como los hospitales. El ataque violento apenas unas horas antes—, no solo confirma el grado de desafío abierto del crimen, sino también el desamparo de la sociedad frente a estructuras de poder paralelas que no temen represalias.

Este hecho no debe tratarse como un caso más de violencia aislada. Merece una lectura profunda y sin eufemismos: estamos ante una ofensiva que deja claro el mensaje de los agresores —que pueden matar, repetir ataques y desafiar al Estado sin temor alguno.

El hecho de que el agresor haya podido ingresar a una institución médica, preguntar por un paciente e irrumpir en su habitación armado, da cuenta del agujero negro de fallas de seguridad, pero también de una cultura de miedo y penetración criminal que inhibe incluso la vigilancia básica.

La víctima asesinada no era un civil cualquiera, era un exmilitar, alguien que en teoría encarna una trayectoria de disciplina, defensa y lealtad institucional. Ni eso fue freno. ¿Qué mensaje lanza eso? Que nada ni nadie es intocable. Que si estás en la mira del crimen, te alcanzan, estés donde estés, y que el sistema de justicia es tan poroso que el castigo sigue siendo la excepción, no la regla.

La presunta detención del presunto responsable, si realmente se concreta en una judicialización y sentencia, podría ser uno de los pocos puntos de cierre legal en esta tragedia; pero eso no borra el patrón: líderes criminales o sicarios menores realizan estos actos siempre con la lógica de que las consecuencias son lejanas o inexistentes.

Lo más alarmante es que este caso se suma a una espiral de ataques a taxistas en Veracruz —un sector en el que muchas veces se mezclan víctimas reales con actividades de halconeo, cobro de piso o simplemente actos de coerción para infundir miedo—. Estas muertes, y las maneras en que se ejecutan, deben poner en el centro de la discusión el grado de control territorial que tienen ciertos grupos delictivos sobre comunidades enteras. Y nos obligan, como periodistas, como sociedad, como Estado, a no dejar pasar lo brutal como si fuera cotidiano.

 

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