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CON "RIFLES de ASALTO y LANZAGRANADAS": EL "CJNG" REVIENTA PUEBLOS COMPLETOS en MICHOACAN y JALISCO

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En los últimos 15 días, al menos dos poblados ubicados en la franja fronteriza de Michoacán y Jalisco se han quedado vacíos porque sus habitantes fueron desplazados por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).

Habitantes de El Maguey, municipio de Quitupan, Jalisco, y de El Lobo, comunidad de Cotija, Michoacán, fueron despojados de sus viviendas, ranchos y parcelas. Son más de 400 personas integrantes de unas 80 familias de esos dos poblados, que en menos de una semana se vieron obligadas a abandonar su patrimonio.

EL UNIVERSAL recorrió la zona donde están refugiadas la mayoría de las víctimas y desde donde piden ayuda para poder regresar a sus viviendas, o bien, ser protegidas.

Rafael, integrante de una de las familias desplazadas, cuenta que de tener una vida tranquila y productiva en su comunidad, ahora no tienen ni para comer.

“Fuimos desalojados por el Cártel Jalisco Nueva Generación, sin saber la razón ni los motivos. Tan sólo de nosotros fuimos como 150 personas en una sola noche”, relata.

Para Rafael, originario de la comunidad de El Maguey, todo esto es muy doloroso, “sin deberles nada, le digo, porque somos gente de bien”.

Narra que él y su familia fueron amenazados por un grupo armado que irrumpió en sus propiedades. Criminales les apuntaron con rifles de asalto y hasta lanzagranadas a niños, adultos, ancianos, hombres y mujeres de su poblado.

Uno de los sobrinos de Rafael fue asesinado por el narco al intentar rescatar el ganado.

Les advirtieron que si no se iban los matarían, sin darles una explicación de por qué tenían que abandonar su patrimonio por más de 40 años. Así, en una noche, cerca de 150 familias tuvieron que huir ante el temor de ser asesinados.

“Es una cosa increíble que no podemos superar todavía. Vivíamos bien a gusto, bien tranquilos, y la vida nos la cambiaron de la noche a la mañana sin alguna razón”, lamenta Rafael.

Cuenta que ellos vivían de la agricultura y de su ganado y que hoy no tienen nada de eso.

Recuerda que cuando uno de sus sobrinos, de 20 años, intentó rescatar el ganado, fue asesinado por los hombres armados. Así, pasaron de ser productores y ganaderos a jornaleros. Los habitantes de El Maguey decidieron refugiarse en el municipio de Los Reyes, con algunos familiares. Ahora, dice, su alternativa es pedir asilo político en Estados Unidos.

Un hermano de Rafael señala que ahora su vida es precaria, pues a pesar de estar seguros, han tenido que empezar de cero y a veces no tienen ni para comer o para la renta.

“Quiero que sepa que desde que cayó la gente del Cártel Jalisco Nueva Generación [a la comunidad] empezamos a vivir un verdadero infierno”, dice.

Cuenta que su padre, un señor de avanzada edad, murió de tristeza por haber dejado todo lo que construyó, y más por la muerte de su nieto.

“Ojalá un día Dios no me dé dinero para comprar armas, a ver si no me animo a toparles [a los criminales]; lo que pasa es que la gente se calla, pero también se puede cansar”, asegura el hombre.

Otro de los desplazados relata que luego de que las familias de El Maguey fueron expulsadas, el CJNG amenazó a los habitantes de El Lobo, donde ya quedan puras mujeres y algunos de sus hijos, expuestas a la violencia de los delincuentes.

Estiman que en ambos poblados suman ya cerca de 400 personas de 80 familias las que han sido desplazadas por el narco, sin que autoridad alguna intervenga o lo impida.

Ello, dice Luis —otro de los desplazados—, a pesar de que en Cotija hay un cuartel de la Guardia Nacional y supuestos operativos del Ejército.

“Pero no hacen nada, porque hasta protegen a los ‘jaliscos’ y se pasean con ellos.

“Imagínese qué esperanza tenemos de vivir en paz o de que este desplazamiento forzado no continúe en otros lugares”, recrimina el sujeto.

Los niños también recuerdan el miedo que sintieron al ser apuntados con los rifles de los criminales en sus cabezas para forzar a los adultos a irse.

Se esconden de las personas desconocidas y sólo asoman sus siluetas para, atentos, saber qué pasa a su alrededor; evitan las cámaras y micrófonos.

Les dicen a sus papás —en susurros y, en unos casos, con sus ojos llenos de lágrimas y voz quebrada— que tienen miedo de que alguien les haga daño.

Ahora, las familias esperan saber si podrán regresar a sus hogares o si mejor se van a Estados Unidos.

 

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