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VIDEO-. Un 14 de Noviembre de 2010, Hace ya 10 años Don Alejo se dio él solo un topon con los Zetas para defender su rancho y a su gente, murió pero se llevó a varios Sicarios con el

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VIDEO-. Un 14 de Noviembre de 2010, Hace ya 10 años Don Alejo se dio él solo un topon con los Zetas para defender su rancho y a su gente, murió pero se llevó a varios Sicarios con el

Alejo Garza Tamez fue reportado muerto la mañana del 14 de noviembre de 2010 en la casona principal del San José, un rancho de tres mil hectáreas de monte donde había ganado, siembra, cacería y pesca en una presa colindante con los municipios de Güémez y de Padilla, en Tamaulipas, el estado fronterizo de México con Texas que se volvió un agujero negro de la realidad a lo largo de este primer cuarto de siglo. 

Como muchas otras noticias trágicas del momento, el suceso no se difundió en la prensa de Tamaulipas, debido a las amenazas del Narco. 

Sin embargo, una semana después, se dieron a conocer los hechos. En la nota se informaba que el ranchero, de 77 años, tras negarse a entregar su propiedad a un grupo de los Zetas, se atrincheró en ella matando a cuatro de los invasores e hiriendo a otros dos, aunque al final recibió un disparo en la cabeza que acabó con su vida. 

Pero el comando invasor no pudo lograr su objetivo: quedarse con la propiedad que don Alejo había comprado y cuidado con devoción desde mayo de 1976.

Alejo Garza Tamez le dijo a su esposa Leticia Torrijos: “Hay gente que se muere y no hay quién se acuerde de ellos”.

Leticia le respondió: “Bueno, pero también hay gente que pasa a la historia”.

“¿Tú crees?”, le preguntó el hombre.

“Claro”, contestó, “por sus hechos, por cómo fueron en vida”.

Esto pasó un mes antes de que Alejo fuera asesinado en su rancho en Padilla, Tamaulipas el 14 de noviembre del 2010.

Hoy, a Leticia no le queda duda de que algo, por lo menos en el último mes, pasaba por la mente de su esposo, el mismo que, apenas semanas atrás, hablaba optimista del futuro juntos.

El 17 de julio de ese 2010, Alejo cumplió 77 años. La vida le sonreía: las 3 mil hectáreas de su rancho ganadero San José, llamado así en un honor de su padre, era productivo, lo mismo que la maderería El Salto, de su familia, y una línea de tráileres; Marcela, su hija mayor, estaba por primera vez embarazada, y él, su esposa y su hija menor Alejandra vivían felizmente.

Alejo estuvo casado anteriormente y tuvo cinco hijos. A Leticia, vecina de la Colonia Paraíso y con estudios de contaduría, la conoció en los 70 en una refaccionaria en la que ella trabajaba.

“No había otro hombre como él de bueno, cariñoso, buen hijo, buen esposo”, comenta. “Me gustaba que era muy respetuoso, que tenía palabra. Decía: ‘Cuesta mucho ser hombre’”.

Marcela Garza (izq. a der.), Leticia Torrijos y Alejandra Garza, esposa e hijas del empresario y ganadero.

Leticia vio nacer San José desde que Alejo se hizo de las tierras. Para el penúltimo de los siete hijos de Olivia Tamez Silva y José Francisco Garza González era un sueño tener un rancho propio, que veía como fruto de décadas de trabajo desde que debió abandonar la primaria para trabajar en el aserradero de la familia, cuyo origen es la comunidad Lazarillos, en Allende.

Alejo, experto cazador y aficionado a la pesca deportiva, trabajaba de lunes a domingo. El rancho lleno de animales y conformado por sembradíos y presas, incluida la colindante a la Vicente Guerrero, le exigía presencia y atención, por lo que era común irse desde el viernes con la familia para descansar y supervisar.

Las hijas crecieron felices a la luz de aquel hombre cariñoso, pero firme, que ante la ola de violencia de aquellos años no dudaba en decir: “Antes de que me quiten el reloj o la camioneta me voy a llevar a tres o cuatro por delante”.

El viernes 12 de noviembre del 2010, Alejo se alistaba para irse al rancho. Curiosamente no le pidió a Leticia que lo acompañara, lo que usualmente hacía.

Por la mañana del sábado, ella habló por teléfono con él:

“Te voy a decir una cosa”, le dijo en un tono que ella recuerda extraño. “Te quiero mucho. Lo sabes, ¿verdad?”.

“Yo también, claro que lo sé”, le dijo.

Volvieron a hablar por la tarde y quedaron en telefonearse nuevamente el domingo por la mañana. La última en hablar con él ese sábado fue Marcela.

“Platicamos, me dijo que ya se iba a acostar. En lo personal no lo noté nervioso, preocupado”, comenta.

La llamada del domingo no llegó ni tampoco las que se hicieron a su teléfono. Fue a través de un familiar que se encontraba con Leticia y las muchachas, y que tenía en la línea a alguien de la Marina, cuyos elementos estaban en el rancho, que se enteraron del asesinato de Alejo por delincuentes.

La familia nunca recibió avances de la investigación, desconoce qué fue de los cuatro delincuentes muertos, de los dos heridos y de los prófugos.

Se establece que Alejo se defendió, había casquillos de balas de cacería al interior de la finca, pero si la versión de la amenaza 24 horas antes no la brindó algún conocido o la confesó alguno de los delincuentes, el relato que se dio a conocer hasta el 20 de noviembre, Día de la Revolución Mexicana, fue manejado con sensacionalismo.

Ante la leyenda de Alejo, dice Alejandra: “Siempre hemos dicho que la verdad se la llevó mi papá”.

Marcela agrega: “Me duele bastante y jamás lo olvidaré. Era mi superhéroe y me queda claro que, si se dieron así las cosas, luchó hasta el final”.

 

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