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Aburto, los testimonios desde Almoloya, el infierno del hielo de la muerte de Luis Donaldo Colosio

- 18:14:00



Aburto, los testimonios desde Almoloya, el infierno del hielo  de la muerte de Luis Donaldo Colosio

Tijuana, BC.- Cuando aquel miércoles 23 de marzo de 1994 se oyó el primer disparo, los residentes de Lomas Taurinas se abrieron como barridos por el viento. Los que estaban más cerca retrocedieron con dos pasos torpes y el cuerpo de Luis Donaldo Colosio, desplomado de frente, quedó a la vista de todo el mundo.

Eran las 5:12 de la tarde y Colosio, el hombre que iba a gobernar México, moría a balazos en plena campaña electoral sobre la tierra pedregosa de una colonia llamada Lomas Taurinas. La imagen de su cuerpo inerte, a pesar de las décadas transcurridas, sigue siendo brutal y desoladora.

La bala de un revólver Taurus calibre .38 perforó la sien derecha del hombre, justo encima de la oreja. La bala, que viajó a 265 metros por segundo, licuó el cerebro de Colosio y al salir hizo estallar su cráneo en esquirlas. Le brotó sangre por la boca y los oídos: le dispararon a dos centímetros de la cabeza y el único rasgo que se distinguía en su cara era la punta de la nariz.

El cabello y el bigote, que aún conservaban el color oscuro, quedaron irreconocibles; en cambio, en la chamarra aperlada de diseñador inglés y en la camisa italiana apenas quedaron rastros del segundo tiro que le sorrajaron en el estómago. El hombre más conocido de México en esos días era un cuerpo inmóvil tendido de boca con la pierna derecha flexionada, el rostro sobre la tierra arenosa que atestiguó sus últimos pasos.

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El candidato, segundos después del atentado.
Un grito desgarrador retumbó más allá y atrajo la atención de la gente. Hacia el norte, a tres metros de la escena, seis elementos de seguridad brincaron el cuerpo inmóvil del candidato y detuvieron a un joven delgado de chamarra negra al que violentamente jalaron y apretaron contra el piso con las rodillas sobre su espalda. Alguien gritó:
—¡Desgraciado asesino!
Y a ese grito, como si fuera una necesidad colectiva, se sumaron una tras otra mil voces:
—¡Asesino! ¡Asesino!
La enardecida multitud, que aún llevaba gorras blancas con el logotipo de su apellido, comenzó a correr hacia el joven y los agentes de seguridad debieron esforzarse para cortar su avance, formando una valla circular con sus propios cuerpos; levantaron del piso al joven homicida, y fue ahí cuando varios hombres estiraron las manos para arrebatarlo de sus captores.

Este jueves se cumplen 23 años de la muerte de Colosio.
—¡MÁTENLO!

En un momento, la valla cedió y un grupo de unos 50 hombres se libró de los policías y cayó sobre el joven a patadas y jalones de cabello.
—¡Déjenlo aquí, cabrones, para matarlo!
UN LIBRO, UNA VIDA

El anterior es un fragmento del libro Aburto, testimonios desde Almoloya, el Infierno de Hielo, de la joven escritora Laura Sánchez Ley que apenas el 10 de marzo, publicó la editorial Grijalbo y que 23 años después de aquel magnicidio, parece tener más vigencia que nunca. 

La portada del libro.

La obra, de la cual EL DEBATE ha conseguido permiso para reproducir su primer capítulo, es una revisión histórica, documental y narrativa del asesinato sobre el cual, no se han respondido aún todas sus interrogantes.

Con el  acopio de cartas y llamadas hechas desde el penal de Almoloya, la escritora reconstruye la personalidad del "asesino solitario" y replantea las preguntas en torno a su responsabilidad. ¿Es Mario Aburto el verdadero asesino?
Sánchez Ley describe su libro como la historia personal de Mario Aburto. 
"Un perfil del seguidor más ferviente de Gabriel García Márquez, el que solo ha colapsado una vez en prisión, y se desmayó en la proyección de la película En el Nombre del Padre, el que después de dos décadas asegura que no mató a nadie". 

AQUÍ, OTRO FRAGMENTO DEL LIBRO:

El tiro que le disparó, presuntamente, un joven llamado Mario Aburto a Luis Donaldo Colosio y que le atravesó la cabeza de parte a parte destrozándole el cráneo y el cerebro, no permitió que el candidato presidencial escuchara la segunda descarga que cayó sobre su abdomen.

Luis Donaldo murió dos horas y media más tarde, a las 7:45: a partir ese momento se convirtió en mártir de un pueblo, en estandarte de un partido que en cada elección presidencial, en cada estado, municipio o ejido, recurriría a la figura del candidato asesinado en Lomas Taurinas.

Pero a partir de ese día empezó también un calvario infinito para el gobierno mexicano, que encabezaba Carlos Salinas de Gortari: explicarle al pueblo quién había asesinado al aspirante emanado de su partido, un sonorense carismático que punteaba todas las encuestas, próximo a convertirse en mandatario.

Aunque Mario Aburto había sido detenido en el lugar del crimen, existían demasiadas inconsistencias. Los mexicanos no estaban conformes con la versión que ofreció la autoridad la primera semana del magnicidio: un obrero de 23 años con personalidad borderline había atentado contra Colosio, logrando evadir a 45 elementos del Estado Mayor Presidencial y a la Comisión de Orden y Seguridad del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que resguardaban al político.

 

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