Yo trabaje para Joaquin Guzman Loera, ganaba 15 mil dolares por cortar cabezas.
Recapitulando los años de este hombre como asesino a sueldo, refiere que gran parte de los capítulos que culminaban en tragedia exitosa, iniciaban con una voz al celular que le señalaban en donde seria la reunión. Localizaba su armamento y a su equipo de crímenes en su casa de seguridad. Mismo lugar en donde le mostraban y entregaban una imagen en forma de fotografía de su objetivo, algún jefe de la policía que no ha querido pagar, o algún político que obstaculizaba las aspiraciones criminales de otro- y en este momento el trabajo consistía en esperar la orden de atacar, a veces hasta por días.
La víctima se convertía en objetivo, y que podría encontrarse en su casa, oficina, restaurante, saliendo de un centro comercial, o en el asiento trasero de una patrulla policiaca. Rara vez los asesinos trabajan para encontrar a su objetivo. A los guardaespaldas generalmente se les soborna y listo.
Algunos balazos apuntando a la puerta del coche, o unos cuantos tiros en la cabeza y listo. Los sicarios tienen la orden de cortar la cabeza, si la victima habla de más, o de cortar los brazos y los dedos si lo que hacia es robar drogas o dinero.
“Hay cuestiones que hacen personas y que no deberían de haberlo hecho y ése es el castigo”, nos expone un sicario profesional, y ex policía desde un lugar seguro en Ciudad Juarez, con frontera a El Paso Texas.
Inquietado por su seguridad, nos exige proteger su identidad y así será. Sus palabras son susurros, sus ojos cubiertos por unos lentes de espejo y difícilmente se le pueden ver una hilera de dientes quebrados por encima de su labio inferior.
Los sicarios que operan en México son un factor importantísimo, una prominente economía emergente que abastece de petróleo ilegal a Estados Unidos, en un margen de conflicto que está alarmando a Washington, al turismo y a inversionistas extranjeros.