En Chiapas ya no sorprende nada. Cada semana se repite el mismo ritual en el mismo pueblo: balaceras, bares incendiados, desaparecidos y un ex-policia federal metido a jefe de la policia que fue echado de Tamaulipas y un fiscal que promete “toda la contundencia” con toda la solemnidad de un funcionario que repite su guion por milésima vez.
Mientras tanto, los grupos criminales invaden Guatemala,incendian y cuelgan sus narcomantas, pelean “la plaza” y hasta se burlan de quien debería controlarlos, dejando claro quién manda y quién solo finge hacerlo
Esta vez, Villaflores fue el escenario del déjà vu macabro. Siete desaparecidos, tres mujeres quemadas, dos helicópteros en el aire y cientos de uniformados en tierra. El operativo de siempre: mucha foto, poca efectividad. La Fiscalía dice que la disputa es entre los cárteles de Sinaloa y Chiapas, pero para los ciudadanos la pelea parece más bien entre la impunidad y la resignación.
El Gobernador repite su guion: “Ningún acto quedará impune”. Pero los hechos lo desmienten con puntualidad semanal. En las carreteras y poblados, los convoyes armados se mueven con la libertad que debería tener la policía. Los criminales se anuncian con mantas, toman municipios y encienden la Navidad a punta de fuego y plomo, mientras el gobierno apenas logra emitir comunicados decorativos.
En Chiapas el Estado ya no solo es débil: es espectador. Los cárteles se disputan territorios, pero el verdadero vacío está en el poder. La población, atrapada entre balas y discursos huecos, aprende a vivir bajo las reglas del miedo. Y cuando el Fiscal promete “contundencia”, los sicarios simplemente se ríen y planean el siguiente show.
Quizá habría que darles otra medalla a los criminales con charola, ahora lobos con piel de oveja, por por mantener viva la tradición chiapaneca de la impotencia institucional.