MAYITOS y CHAPITOS PIROMANIACOS se BURLAN de HARFUCH y QUEMAN 10 CASAS
Mientras los helicópteros rugen y los convoyes del Ejército patrullan y sitian Sinaloa para un dia muy lejano recuperar el control que el mismo gobierno cedió y ni siquiera por la fuerza, Sinaloa sigue sonando a metralla y huele a quemado. Diez ataques directos a casas en una semana, nadie se inmuta y la vida bajo sitio se ha vuelto rutina con horario.
Del 24 al 30 de octubre, el infierno volvió a casa. Balaceras, incendios, drones explosivos… una especie de festival del caos patrocinado por la guerra interna entre los bandos del narco. La cartelera principal: Culiacán, pero con presentaciones especiales en Badiraguato, la tierra madre del negocio.
Las cifras oficiales —que siempre llegan con tono burocrático— hablan de más de cien viviendas destruidas desde septiembre de 2024. Lo que no dicen es que los vecinos ya duermen con la maleta lista. O que los drones, cuando zumban, suenan más cerca que las promesas de paz del gobierno.
El jueves 30 de octubre, los disparos volvieron a Lomas de Guadalupe y Las Quintas. Una casa tiroteada, otra incendiada con todo y los autos del garaje. El miércoles, el turno fue para Guadalupe Victoria y La Higuerita: bombas caseras, fuego y un “campestre” llamado El Álamo reducido a cenizas, sobre el que todos dicen saber a quién pertenece y nadie se atreve a escribirlo en voz alta.
El sábado, las balas apagaron la vida de Fátima Guadalupe, una adolescente de 14 años que no tenía nada que ver. Su madre sobrevivió. La violencia, no: esa sigue viva, impune, con permiso de circulación.
El domingo, los vecinos de la Colonia Guadalupe Victoria contaron más de cien impactos de bala en dos casas; una terminó en llamas. Para el lunes, los drones visitaron la “Casa Rosa” de la difunta madre del Chapo en Badiraguato. Porque ni la muerte disuade a nadie en estas guerras entre fantasmas vivos. Mientras tanto, en Tres Ríos, otra residencia ardía. Dicen que fue “intencional”, como si eso hiciera alguna diferencia.
El gobernador Rubén Rocha Moya confirmó que la gente huye. “Se decomisaron muchos drones”, declaró, algo así como si el enemigo fuera Amazon. Los desplazados, por supuesto, siguen desplazándose. Los militares, desplegados. Y el miedo, instalado.
Ni siquiera la noche se salva: el 30 de octubre, una casa más fue tiroteada en el fraccionamiento Los Naranjos. Diecinueve casquillos como testigos mudos. Los peritajes siguen, los responsables se buscan y los comunicados oficiales repiten el mismo mantra: “se refuerzan los operativos”.
Sinaloa arde, pero el parte militar dice que “todo controlado”. Y mientras tanto, los niños aprenden a distinguir entre el eco de un dron y el trueno de un fusil.