FUE a VER al CRUZ AZUL y la SEGURIDAD de la UNAM lo ENTREGA en BOLSA para CADAVER
Tras concluir el partido entre Cruz Azul y Monterrey en el Estadio Olímpico Universitario, un aficionado del equipo celeste perdió la vida en circunstancias aún no esclarecidas la noche del sábado 25 de octubre.
Rodrigo Mondragón Terán —“sometido” por elementos de seguridad de la UNAM tras el partido Cruz Azul vs. Monterrey— no es una simple nota roja, es un escándalo cuya opacidad permite sospechar que aquí no hubo sometimiento, sino un abierto acto de sumisión brutal y fatal.
El eufemismo de “sometido”
Las autoridades universitarias optan por el patético eufemismo: “fue sometido por dichos elementos de seguridad para su entrega a las autoridades”. ¿Sometido? No, señores, aquí no se trató de aplicar protocolos de contención, sino de somatar —en el sentido más violento del verbo— a un hombre que terminó desplomado y sin signos vitales, mientras la nota institucional se esmera en limpiar culpas y lavar manos con gel antibacterial.
Violencia institucional disfrazada de protocolo
La DGAPSU repite la historia vieja: que el hombre iba, al parecer, ebrio, que agredió verbal y físicamente al personal de seguridad, que se limitaban a hacer su trabajo. ¿En serio? ¿Eso justifica la saña, la manada de gendarmes empujando, tirando y asfixiando, mientras asistentes gritan que no le peguen? El colmo, que el video que circula en redes revela lo que el comunicado niega: la crispación del abuso, la impotencia de quienes no pueden —ni deben— ejercer la fuerza descontrolada sobre el cuerpo ajeno.
“Desmayo”, la coartada médica eterna
El hombre “sufrió un desvanecimiento” camino a la custodia y pareció oportuno llamar a paramédicos. El clásico relato: el custodio queda sin vida, pero nadie vio nada, nadie fue, al parecer todo se agotó en un “desmayo”. A la familia, indignada, le queda exigir lo evidente: investigar si hubo abuso de autoridad, exigir que el discurso bonito no desplace la realidad sangrante.
¿Sometido? Fue somatado
Dejar el caso en el cajón de las investigaciones interminables sería normalizar la brutalidad y oscurecer la verdad con un manto de institucionalidad. No, aquí no se sometió a nadie: aquí, todo apunta, se somató hasta arrebatar una vida y, de paso, el poco prestigio que le quedaba a la autoridad universitaria para proteger a su comunidad.
Sospechar no sólo es legítimo, sino necesario, porque cuando el poder se abotona como “seguridad”, la muerte de un hincha se convierte en el eco de un sistema que prefiere el garrote a la rendición de cuentas.
La vida bajo la sombra del poder
Este incidente arroja una reflexión dolorosa y profunda sobre la vida y la muerte en nuestra realidad moderna: la fragilidad extrema de la existencia humana frente al poder y la violencia institucional. Nos recuerda que la vida, aunque única y preciosa, puede ser arrebatada de manera abrupta y cruel, muchas veces bajo la apariencia de control y orden, cuando en realidad se ejerce abuso y deshumanización.
La inseguridad y el control, en lugar de proteger, terminan sofocando la vitalidad y la dignidad de las personas, evidenciando que la vida no siempre se valora ni se protege con equidad. Este hecho nos confronta con la realidad de que, en ciertas circunstancias, la vida puede ser minimizada a un mero obstáculo para el ejercicio arbitrario del poder, donde quienes deberían velar por la seguridad se convierten en portadores de muerte.
La muerte como consecuencia silenciosa y visible
La muerte de Rodrigo Mondragón Terán no es solo el final de una vida, sino también una llamada de alerta sobre las consecuencias invisibles y sistemáticas de la violencia institucional. Aunque ocurre en un espacio público y es grabada, la muerte puede pasar desapercibida en la esfera oficial, relegada a un ‘desmayo’ o ‘incidente,’ mientras sigue resonando fuerte en el sentir popular. Nos muestra que la muerte muchas veces está cargada de injusticias, es un reflejo de fallas sociales que no terminamos de asumir.
Este episodio es un espejo inquietante para nuestra conciencia colectiva, donde la vida y la muerte se entrelazan con la responsabilidad social y política de no permitir que más muertes se sigan consumando en la impunidad.