El General le quiso hacer el paro, pero el pueblo les reventó el cuartel por Militar que violo a una niña que vendía dulces de 9 años
Un militar, presuntamente responsable de la violación de una niña de nueve años que vendía frituras, fue detenido tras el estallido social: cientos de ciudadanos hartos incendiaron la garita militar, rompieron ventanas y saquearon tiendas mientras el Ejército respondía con disparos al aire y promesas de “indagatorias” que ya no convencen ni a sus propios perros guardianes.
La reciente protesta en Cozumel, Quintana Roo, es solo otro episodio de una larga saga de impunidad y abuso de autoridad por parte de quienes deberían proteger, no depredar.
Estructura del abuso institucional
Esta no es una anécdota aislada, sino la radiografía de las fuerzas armadas en México: cuerpos que matan, roban, secuestran y extorsionan al ritmo de la impunidad, protegidos por sus superiores y el fuero militar.
¿Qué más da si fue en Cozumel, Tamaulipas, Guerrero o cualquier monte perdido? El guion no cambia: víctima vulnerable, uniformado agresor, institución militar que encubre, comunicado tibio y comunidad encendida.
La misma historia
De nuevo la historia: el militar acecha a la niña como buitre sobre carroña, la mete a su covacha en el cuartel, y ante la resistencia de la menor, la deja tirada como si fuera un costal de papas.
¿Justicia? Un general sale a pedir calma y respeto por la “institución”, no por la víctima. El alcalde —que parece trabajar de vocero del desmadre— culpa a los padres por dejar sola a su hija, de paso justificando que un trago en sábado es suficiente excusa para que el infierno se desate.
Y para rematar, la Fiscalía reproduce el clásico “no se consumó” la violación, como si el abuso solo contara si hay certificado médico de ultraje completo. Mientras tanto, en la calle, la furia crece: piedras vuelan, las casetas arden y las ventanas caen, pero los jefazos prometen “todo el peso de la ley”… justo después de la próxima quincena.
No hay acto más ruin que el de un policía o militar que, armado por el Estado, se gasta la valentía en la indefensión de una niña y luego espera que las instituciones lo limpien más rápido que las patrullas que nunca llegan.
La impunidad, el verdadero uniforme
Estas protestas demuestran que cuando la rabia ciudadana rompe el cerco del miedo, la respuesta oficial es desinhibirse a golpes, balazos y ruido, pero nunca a justicia efectiva. ¿Que la niña fue atendida? Eso ni siquiera debería ser titular; el problema es el largo historial de cuerpos armados comportándose como auténticos delincuentes, no como servidores públicos.
Mientras tanto, en México, los que violan, matan, roban, secuestran y extorsionan desde el uniforme siguen esperando la próxima ocasión para, otra vez, ser noticia. Porque la impunidad es el verdadero uniforme que nunca se quitan.