Los Payasos del Narco, sicarios del CJNG y otros casos de pesadilla entre globos, pasteles y ejecuciones
Uno de los asesinatos más extraños en la historia del crimen organizado en México ocurrió en las costas de Los Cabos, Baja California. Era el 18 de octubre de 2013 y en el salón de fiestas Ocean House del lujoso Hotel Marbella se realizaba una fiesta que por la noche se convirtió en un funeral.
El jet set estaba reunido en esa celebración, según se ha consignado. Entre los asistentes estaban el futbolista Jared Borgetti, el vocalista de la banda El Recodo Luis Antonio López, la familia del boxeador Julio César Chávez, y más, quienes brindaban por la vida del hombre que los había reunido a la orilla del Golfo de California: Francisco Rafael Arellano Félix, el hermano mayor de Benjamín, Carlos, Eduardo, Ramón y Javier, el clan que en la década de los ochenta fundó el Cártel de Tijuana.
El Pelón, como apodaban al festejado, celebraba su cumpleaños 63. Y lo hacía al estilo de los capos de las drogas: todo en exceso, nada con restricciones. Meseros, cantantes, bailarines, acróbatas y hasta un mago amenizaban la fiesta del hombre que estuvo preso 15 años por el trasiego de drogas; también había entretenimiento para los niños que acompañaban a sus padres. Pero un invitado se robaría el foco: un payaso sicario.
Cerca de las ocho de la noche, el payaso sacó de su vestimenta una pistola calibre 9 milímetros y disparó a quemarropa al cumpleañero. Con cinco tiros lo asesinó frente a sus invitados, quienes corrieron a esconderse, como lo grabó una cámara de seguridad del hotel. De inmediato, el payaso sicario se quitó la ropa para huir sin ser reconocido: una peluca rosa y los zapatos extragrandes quedaron en el camino.
Las investigaciones del caso concluirán que el asesino tiene un apodo poco original: le dicen El Payaso por un modus operandi de infiltrarse a las fiestas con la cara pintada. Mata en Baja California y Baja California Sur bajo las órdenes del Chino Ántrax, el extravagante jefe de sicarios del Mayo Zambada, fundador del Cártel de Sinaloa y enemigo a morir de los Arellano Félix.
En los años siguientes aparecerán más criminales con el mismo apodo: El Payaso es el apodo en las filas del Cártel Jalisco Nueva Generación de Fabián Urbino Morales, quien participó en la emboscada del 14 de octubre de 2019 contra policías estatales en Aguililla, Michoacán. Él y sus cómplices mataron a 13 uniformados que entraron sin permiso al municipio donde nació Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho.
Y el 8 de diciembre de 2023, México supo que La Nueva Familia Michoacana también tenía a su propio Payaso: Juan Carlos Garduño Martínez, jefe de plaza de Texcaltitlán, Estado de México, donde fue linchado hasta la muerte por vecinos hartos de los cobros de derecho de piso y de la tortura como método para presionar por los pagos.
Otros registros en la prensa cuentan que existió un Payaso que vendía droga en Tlaltizapán, Morelos; otro Payaso que robaba automóviles con violencia en la capital de Oaxaca; uno que los fines de semana se llamaba Puchungazo y el resto de los días secuestraba en la Ciudad de México.
¿Qué hace que el crimen se esconda detrás de una nariz roja?
Payasos sicarios del CJNG y otros casos de pesadilla
Los psicólogos tienen un nombre para el miedo que sienten –sentimos, me incluyo– los que se topan con un payaso: coulrofobia, una aversión que vive en millones de personas alrededor del mundo.
El psiquiatra canadiense Rami Nader, experto en este campo, cree que la coulrofobia se dispara por el maquillaje del payaso, que oculta su verdadera identidad y sus intenciones. Y el psicólogo británico Frank T. McAndrew afirma que el meollo del miedo está en el recelo: quienes interactúan con un payaso nunca saben si están a punto de recibir un pastelazo o ser víctimas de alguna broma humillante. Las características físicas inusuales del payaso sólo aumentan esa incertidumbre.
Misterio e impredecibilidad son dos cualidades que agradan a los integrantes del crimen organizado. Eso podría explicar, por ejemplo, las aterradoras noches de septiembre de 2019 en Camargo, Tamaulipas, donde sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación se pasearon por las principales calles con máscaras de payaso. Su identidad oculta y la incertidumbre de lo que provocarían hizo que la comunidad, acostumbrada a la violencia, entrara en pánico y se encerrara en sus casas. La broma sádica había tenido el efecto deseado entre los vecinos: reafirmar, sin disparar una bala, el dominio del cártel.
Hay más razones para temer a los payasos, según los expertos. Las exageradas facciones del rostro pueden ser intimidantes, los colores muy vivos del vestuario pueden incomodar la vista y las personas pueden heredar ese miedo por un familiar. Aunque los motivos más comunes son la imagen negativa de los payasos en la cultura popular y una experiencia real desagradable con estas figuras del circo.
En 1940 el escritor Bill Finger le dio a Batman su gran archienemigo: un villano que no aspira a concentrar poder ni dinero, sino a desatar el caos, y para personificar esa mente criminal acudió a un payaso impredecible. Así nació El Guasón. En 1978, detectives de Illinois, Estados Unidos, encontraron en la cochera de la casa del demócrata John Wayne Gacy los cadáveres de decenas de niños y adolescentes, quienes habían sido abusados sexualmente; el asesino los había atraído con su doble identidad, Pogo, un payaso de tenebrosa sonrisa roja y párpados azules que asesinó a 33 jovencitos.
En 1990, una película traumatizó a la generación millennial: Eso, del escritor Stephen King, quien inventó a Pennywise, payaso asesino y casi pedófilo, para aterrorizar a siete niños que intentan parar su racha infanticida. Y muchos otros han sido protagonistas del cine de horror, desde los Payasos asesinos del espacio exterior (1988) hasta cortos amateur con Ronald McDonald, la imagen de McDonalds, como un desquiciado asesino.
En esas representaciones podríamos encontrar la respuesta a por qué sigue impune la desaparición forzada del policía municipal Juan Carlos B., quien el 5 de febrero de 2020 fue sacado de su casa en Jacona, Michoacán. Los sicarios lo hicieron a plena luz del día, a las cuatro de la tarde, así que era probable que alguien los viera y denunciara el rapto. Pero quienes se lo llevaron tenían una estrategia: vestirse de payasos para incrementar el terror. No hubo testigos y el policía sigue desaparecido.