Arturo Guzmán Decena Nació en Puebla el 13 de enero de 1976 − Murió el 21 Noviembre 2002 en Tamaulipas.
Estudió secundaria y en el ejército acabó la preparatoria para luego formar parte del GAFE (Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales), núcleo militar creado por el gobierno federal para tratar de aniquilar alzamiento del EZLN en Chiapas.
Guzmán Decena se convirtió en experto en explosivos, inteligencia militar, contra espionaje y en anular a guerrillas. En 1998, decidió darse de baja del Ejército.
Al poco tiempo se convirtió en el fundador de los Zetas. Reclutó militares de los batallones de infantería 15, 70 (Puebla) y del 15 regimiento de caballería motorizada con sede en Reynosa, Tamaulipas, así como del de fusileros paracaidistas.
Se llamaron Zetas por el color azul zeta de su uniforme militar y porque era una clave para comunicarse por radio.
El trabajo de Guzmán Decena era reclutar a otros militares para formar el brazo armado del Cártel del Golfo. La primera misión de los Zetas fue acabar con Los Chachos, grupo de pistoleros texanos que buscaba posicionarse en Ciudad Miguel Alemán, Nuevo Laredo, Matamoros y Reynosa, para traficar la droga del Cártel de Sinaloa.
A Guzmán Decena lo mató el ejército en Matamoros, Tamaulipas, el 21 de noviembre de 2002. Lo tirotearon tras dejar a su pareja Ana Bertha González. Para no ser interrumpido mientras andaba de enamorado, el Z-1 cerraba con pistoleros la calle Herrera. Los militares fueron recibidos a tiros nomas al llegar, y así respondieron, pero en mayor medida. Meses después de su muerte, Los Zetas hicieron una gran misa y una fiesta en un bar llamado El Pisa-y-Corre.
La autopsia dice que Guzmán Decena recibió cuatro balazos. Tres mortales y el otro le destrozó su brazo izquierdo.
Quizá Guzmán Decena no se imaginó nunca que el grupo que fundó, once años después, se volvería tan legendario.
Arturo Guzmán Decena se llamaba y le decían El Z-1. Era valiente, arriesgado y enamorado. Nunca le dijo no a su jefe Osiel Cárdenas Guillén, mero jefe del Cartel del Golfo. Siempre mató obedeciéndole.
Supe cuando en el ejido Cavazos, municipio de Reynosa, estado de Tamaulipas, asesinó al teniente Jaime Rajid Gutiérrez Arreola. Era comandante de la Policía Judicial Federal. Le disparó a la mala. Ese mismo año fue a Matamoros. Allí puso fin a la existencia del periodista Pablo Pineda. Alguien le sonsacó “es informante de la DEA” y ni molestia se tomó para averiguarlo. Sacó su pistola. Lo agarró indefenso.
A dos años de eso, un 14 de noviembre, secuestró y mató al licenciado Alberto Gómez Gómez. A este señor le decían La Chona y era famoso. Litigaba asuntos peliagudos de los Carrillo Fuentes en Monterrey. Guzmán no le tuvo pavor. Y hasta dejó en claro. No fue nada personal. Simplemente obedeció a su jefe Osiel. Por eso Arturo sentía orgullo cuando le decían Z-1.
Guzmán Decena era muy aventado. El 14 de mayo del 2001 se llevó a sus mejores matones. Entraron como toro al ruedo en el palenque de la Expo Guadalupe, otra vez en Nuevo León. Querían y no pudieron mandar a la funeraria a Edelio López Falcón, más identificado como El Yeyo. Pero no se midió el 9 de julio del 2001. Apoyado por los consentidos de Osiel asesinó en Matamoros a Jaime Yáñez Cantú, el comandante de la Policía Ministerial. Luego presumió: ningún detective o uniformado se atrevería a detenerlo y tuvo razón.
No dudo que sus “máximos orgullos” fueron dos ejecuciones: la primera cuando a traición emboscaron y tirotearon hasta matar al afamado Chava Gómez. Angel Salvador Gómez era sunombre, y el 2 de junio de 1999 fue su último día. La otra medalla: este año, mayo 13, lo acompañó una parvada de perversos. Secuestraron, torturaron y ejecutaron a Dionisio Román García El Chacho. Principal competidor de Osiel Cárdenas Guillén tratando mariguana y cocaína en la frontera de Nuevo Laredo.
Estaba crecido Guzmán Decena con tan sádica nómina. Debió sentirse lo máximo. Pero no se salvó de la vieja sentencia popular: “El que a hierro mata a hierro muere”. Su hora le llegó el 21 de noviembre reciente. Estaba en Matamoros. Le dio por entrarle a los tragos con dos que tres rayitas de cocaína. Ya mareado le entró lo enamorado. Buscó y encontró a su manceba Ana Bertha González Lagunes. Fue hasta donde vivía en la calle Herrera. Envalentonado ordenó a los achichincles taponear la cuadra. Obedientes atravesaron vehículos en las esquinas y desviaron el tráfico. Así ni ruido del tráfico interrumpiría o distraería al mafioso en sus placeres.
Los vecinos de Ana Bertha ya estaban hartos. Sufrían cada vez que Guzmán llegaba en busca de amor. Varias veces lo denunciaron. Pero la policía se hacía desentendida. Entonces reportaron a la UEDO (Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada). Cosa rara. Solicitaron apoyo del Ejército. Se lanzaron contra la pandilla de malosos a punta de balazos. Y también así los recibieron.
Dicen que a Guzmán Decena lo agarraron como al tigre de Santa Julia. Pero cuando quiso no pudo defenderse. No gritó su valentía. Disparó a lo tonto y sin tino porque andaba muy drogado. Recibió cuatro plomazos. Tres eran de muerte. Otro destrozó su brazo izquierdo. Y le pasó como a Ramón Arellano en Mazatlán. Lo abandonaron. Quedó tirado en el suelo. La vida le hizo bueno aquello de “como te ves me vi, como me veo te verás”.
Reyes le decían a un fulano que lo acompañaba. Primero muy bravo y a la hora de los balazos un cobarde. Entró a la casa de Ana Bertha. Le quitó a su hijo. Lo tomó como escudo para cubrirse del tiroteo y huir. Dejó al chamaco cuadras más adelante con Blanca, la gramera famosa. Me imagino que Osiel no se la perdonará. Por collón y abusivo con el chamaco.
Muerto el consentido ahora están en problemas los familiares de la amada amante Ana Bertha. Ya negaron relación con el difunto pero las investigaciones no les favorecen. Aparte del idilio se encontraron rastros de negocios con el habilidoso Pitalúa, conocido narco fronterizo. Seguramente recomendado por el finado. De otra forma no se hubiera metido con Ana Bertha.
Historia de Ana Bertha González Lagunas novia de Arturo Guzmán Decena
Ana Bertha González Lagunas murió el día que balearon a la cantante grupera Zayda Peña Arjona en el motel Monaco. La Policía de Tamaulipas creen que el ex-novio de Bertha las mando a matar por celos de que Ana Bertha y Zayda Peña eran amantes, y mantenían un amorío lesbiano.
Angélica Lagunes Jaramillo nació en 1959 en un caserío arenoso, caliente y húmedo de Tlachapa, Guerrero. Tercera de siete hermanos e hija de un camionero, la menor parte de las veces; campesino, casi todo el tiempo, que vivía de cosechar mangos vendidos por su esposa.
Creció en una casa con paredes de adobe y techo de tejas, en cuyo interior se acomodaban cuatro catres, una mesa y un fogón. La ranchería, en ese tiempo, carecía de agua y energía eléctrica. La familia se las arregló con la plata y logró dar a la niña educación primaria y secundaria, preparación continuada en una preparatoria del Distrito Federal gracias al hospedaje y apoyo de un tío paterno asentado en la capital del país.
Angélica desertó de la escuela y consiguió algún trabajo de tipo secretarial en el periódico La Prensa. A los 20 años, se casó con el propietario de un hotel de Naucalpan, Estado de México, de quien pronto quedó embarazada.
Por diversas circunstancias, la muerte la convirtió en la mayor de sus hermanos: el más grande murió en un accidente automovilístico y el segundo en un asalto ocurrido cuando portaba la nómina del sitio en que trabajaba.
Éstos no serían los últimos sepelios en los siguientes años de Angélica. A los tres años de casada, embarazada de su hija Ana Bertha, una bala perdida topó con su marido.
Ante el inminente regreso a la pobreza, Angélica vendió el hotelito de Naucalpan y decidió hacer vida en Estados Unidos. Antes regresó a Guerrero y dejó encargados a sus hijos con su madre. Tomó camino al norte, pero no logró cruzar la frontera y se asentó en Matamoros.
Mujer de lucha y con algunos recursos, estableció un negocio de alimentos y vendió oro y perfumes. Tras nueve años, compró su casa y logró llevar a su hija menor. El varón no quiso cambiar el trópico guerrerense por el desierto tamaulipeco.
Su hija concluyó la carrera técnica en trabajo social y ella, Angélica, a los 43 años de edad, todavía se enamoraría nuevamente de un hombre 15 años menor que ella.
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El negocio de Osiel Cárdenas Guillén era puntual: en Matamoros, nadie más que él podía hacer negocios ilegales. Así que parte del trabajo era cobrar derecho de piso a las prostitutas paradas en la calle Diez, identificar sitios de venta de alcohol contrabandeado y allanar con violencia casas de venta de drogas sin su permiso ni abasto.
“¡Tamaulipas es mi plaza!”, proclamaba a cada oportunidad el hombre de 33 años de edad surgido de un taller mecánico.
A mediados de 2000, la información recibida sobre una mujer restaurantera que, además, vendía licores, marihuana y cocaína sin su autorización era inequívoca.
La dirección, en la calle Álvaro Obregón, conducía a la casa de Angélica. Y Osiel personalmente decidió hacer la visita con su estado mayor.
Y así, el líder narcotraficante y su grupo más cercano allanaron la casa de la guerrerense. Esperaron la oscuridad y, a las ocho de la noche, tocaron la puerta. Angélica abrió y, pronto, la casa se llenó de hombres armados.
A empujones, la mujer subió a una camioneta que arrancó hacia una casa de seguridad, donde Osiel y Eduardo Costilla–actual líder de El Golfo y enemigo acérrimo de Los Zetas– conversaron durante dos horas con Angélica.
–Vas a rentar casas para mí –ordenó el jefe–.
Te tengo investigada y te puedo matar a ti y a tu familia –advirtió, según el relato de la propia Angélica.
“Le dije que sí le ayudaría y esto lo hice, por miedo, aproximadamente 10 veces –hay quienes dijeron frente al juez que fueron 40–. Ellos me decían qué casa rentar y a qué empresas de bienes raíces debía ir y lo hacía”.
Cuando salieron de la casa de seguridad, Angélica dio datos precisos de un vehículo, su ubicación y el hombre que lo conducía. Lo buscaron y, a los pocos minutos, regresaron con un tipo.
Revisaron el auto y encontraron 30 kilos de droga propiedad de la mujer. Aceptó que se la incautaran y la relación prosperó.
A los pocos meses, aparentemente sólo tres, Los Zetas tenían un nuevo restaurante favorito, el de Angélica, y ella más trabajo: pasaba la garita con droga del cártel y regresaba con dinero.
Su hija Ana Bertha, de acuerdo con los testimonios, también.
La nueva amistad se profundizó al grado de que Angélica participó en el movimiento de “la polla” de Los Zetas. “La polla” era una cooperación hecha entre ellos, autorizada por Osiel, para adquirir droga colombiana que entraba al país vía aérea por Guatemala y era depositada en Oaxaca.
En cada vuelo de ese tipo se adquirían hasta 450 kilos y cada participante decidía qué hacer con su droga: tenía la opción de venderla en el territorio mexicano o hacerlo en Estados Unidos, con mayores ganancias, pero asumiendo mayores riesgos.
Esa droga, la de los primeros embarques que convirtieron a Los Zetas de simples mercenarios en empresarios trasnacionales, era depositada en la confianza de Angélica.
La relación fructificó aún más. Guzmán Decena se hizo de una nueva y joven novia, Ana Bertha, la hija de Angélica.
Sobre el asunto declaró otro ex zeta: “Ana Bertha tuvo un hijo con Z-1. Él tenía bastantes atenciones con ella y con Angélica. Las dos conseguían uniformes consistentes en camisola, pantalón, botas, playeras, guantes, pasamontañas, gorras, fornituras, todas de color negro para uniformarnos cuando había que hacer un operativo.
“Después de que murió Arturo Guzmán Decena –abatido por el ejército en el restaurante de Angélica, donde bebía alcohol e inhalaba droga–, Osiel Cárdenas Guillén acordó que el pago de las quincenas de Arturo se lo repartieran a sus tres viejas, entre ellas Ana Bertha”.
No sólo esto. En 2002, El Pitalúa buscó a su jefe. Ceremonioso, pidió permiso para ausentarse dos semanas del trabajo.
–¿Para qué quiere 15 días? –preguntó Guzmán Decena, siempre marcial en esas situaciones.
–Me voy a casar.
–¿Con quién se va casar?
–Con la señora Angélica Lagunes –respondió en referencia a la suegra del hombre con el que hablaba.
Osiel Cárdenas fue detenido en marzo de 2003 y, sin protección, madre e hija se debilitaban. En mayo de ese año, Angélica volvió al Distrito Federal, según ella, para visitar a su madre enferma y hospitalizada.
Fue detenida yla Procuraduría General de la República le ofreció convertirla en testigo protegido con la clave de “Roberta”. No aceptó.
Entonces la internaron en la cárcel para mujeres de Santa Martha y recibió una condena de 20 años de prisión y una multa de 256 mil pesos.
Ahí sigue. En el penal federal de Puente Grande se encuentra recluido El Pitalúa. Hay quien dice que nunca han dejado de cartearse.
Hubo un último funeral en la vida de Angélica, pero a ese no pudo asistir.
Sólo le quedó el dolor y suponer la escena de flores y lamentos. En 2007, en Matamoros, su ciudad adoptiva, alguien asesinó a su hija Ana Bertha.