Al proporcionarles conocimientos técnicos y vinculación a los mercados locales e internacionales, la compañía Fairtrasa ayuda a los marginados agricultores de pequeña escala a convertirse en “agroempresarios independientes”. La empresa fundada en Michoacán en 2005, que hoy incluye a más de seis mil 500 agricultores y que opera en México, Perú, Argentina, Chile, Colombia y la República Dominicana, es la exportadora más grande de fruta orgánica de comercio justo de América Latina. Mediante sus importadoras en Holanda, Alemania, el Reino Unido, España, China y Estados Unidos, Fairtrasa consolida una cadena de suministro global,integrada verticalmente, garantizando la calidad del producto y su trazabilidad (los diversos pasos que recorre desde el cultivo hasta la tienda).
Converso con el empresario suizo Patrick Struebi, fundador y director de Fairtrasa, para conocer su trayecto, la importancia de su empresa, su percepción de México y la visión que tiene de su futuro, así como del futuro del planeta.
Patrick relata que antes trabajaba en adquisiciones de minas y fundiciones para Glencore. Viajaba por todo el mundo, conociendo altos directivos, viviendo en hoteles con gastos de lujo cubiertos.
Entonces fue a ver una mina en los Andes. El nivel de oxígeno era bajísimo, el calor, la humedad y la oscuridad, insoportables. Además, los mineros vivían lejos de sus familias y dormían en contenedores. Una vida de puro sacrificio. Las circunstancias durísimas en las que laboraban los mineros y el contraste con su vida lo asustaron.
Un día, la compañía se reorganizó y muchos mineros perdieron su trabajo. Como vivían en medio de la nada, no había como encontrar otro empleo. Struebi me cuenta que le pareció absurdo que, al despedirlos, la empresa solo lograba ahorrarles unos centavos a sus accionistas multimillonarios.
Asevera que entonces entendió que su trabajo hacia a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. Esta “revelación” le fue tan pesada que decidió abandonar su trabajo para reconsiderar qué hacer de su vida.
Tenía 30 años. Vendió todo. Compró un boleto sin retorno a México, lugar que no conocía y del que no sabía nada. Viajó y se instaló en Oaxaca. Estudió literatura, aprendió a tocar el violín y a hacer cerámica. Más tarde tuvo que pensar de qué vivir. Buscó algo en comercio internacional por su probado talento en ese campo. El movimiento del comercio justo comenzaba entonces en Europa con unos cuantos productos: plátanos, azúcar, té. “Como a mí no me interesaba vender cosas y mi motivación era hacer algo que cambiara vidas, me puse la condición de que haría comercio justo”, aclara.
Su vecina gringa en Oaxaca conocía productores de aguacate en Uruapan, así que viajaron juntos a conocerlos. El empresario se percató de que México es el mayor productor de aguacate y que la mayor parte se cultiva en Michoacán; que los agricultores viven en zonas muy remotas, tienen producto pero no tienen apoyo técnico; venden a los mercados locales o a intermediarios a precios muy bajos y, básicamente, están atrapados en un círculo vicioso. Por eso, los aguacateros podrían beneficiarse del comercio justo.
Pero como ya les había ido mal, solo después de que Struebi les explicó cómo funcionaba este sistema, estuvieron dispuestos a trabajar con él. Declara: “Me sentí como un misionario que habla de un mundo mejor”.
A través de los productores, el empresario formó una cooperativa con los agricultores. Me explica: “Lo hacemos en todos los sitios donde trabajamos. Al trabajar con empresas locales, establecemos confianza. En eso radica nuestro éxito”.
La matriz de comercio justo en Alemania aprobó su aguacate y se pusieron a trabajar. El empresario asevera orgullosamente: “Fuimos los productores pioneros del aguacate orgánico de comercio justo y Fairtrasa fue la primera compañía social que funcionó sin ayuda filantrópica”. Agrega: “Hemos sido un modelo a seguir. Demostramos que sí se puede. Pero se requiere de gente con un ADN particular. Hemos sido exitosos porque encontramos gente con ese ADN”.
Para hacer comercio justo los agricultores deben ser independientes de la empresa, no son empleados de Fairtrasa, son asociados. Patrick se explaya: “Es importante porque el comercio justo define un precio garantizado por kilo y una prima adicional. El precio mínimo se lo queda el agricultor. Pero la prima va a la asociación, que la invierte en proyectos sociales para la comunidad elegidos por la cooperativa, como carreteras, pozos y escuelas”.
Eventualmente Fairtrasa se expandió a Perú, Argentina, Chile, Colombia y la República Dominicana, produciendo plátanos, mangos, jengibre, limones, limas, toronjas manzanas, peras, kiwis y vino orgánico de comercio justo. Entonces, reflexiona: “Se requieren más empresas que generen ingresos y que al mismo tiempo, resuelvan los grandes problemas del planeta”.
Al tiempo que Fairtrasa se diversificaba, se dio cuenta que el requisito del comercio justo es que los campesinos sean independientes y con capacidad de exportar, es decir, relativamente fuertes, lo cual excluía a los agricultores de nivel de subsistencia y de nivel semidesarrollado. Patrick quiso apoyarlos y creó un modelo de desarrollo mediante el cual los agricultores de pequeña escala reciben semillas, capital y asistencia técnica, y para que pudieran vender sus productos de inmediato, estableció la marca Green Planet. Una vez que estos agricultores se vuelven “agroempresarios independientes”, se certifican y exportan a través de Fairtrasa. Subraya: “Con mi modelo he convirtiendo una actividad de ONG, en una actividad con fines de lucro. Y lo hago mejor que las ONG”.
“¿Qué quiere decir que Fairtrasa está integrada verticalmente y cuáles son los beneficios de estarlo?”, le pregunto. Me explica que esa nunca fue su intensión. Solamente había deseado desarrollar productores. Pero en 2009, durante la crisis financiera, se cayó el mercado. Los consumidores no estaban dispuestos a pagar más a cambio de mejor calidad por lo que las ventas de Fairtrasa se redujeron drásticamente poniendo a la compañía en riesgo. Para rescatarla, se volvió importador, eliminando a este agente intermediario.
Confiesa que fue una de las mejores decisiones que ha tomado, pues no solamente fue útil económicamente; además, como es su propia gente en Latinoamérica la que cierra la puerta del contenedor para el envío y es también su gente en Europa, China o Estados Unidos la que la abre al llegar, hacerlo resulta ser una fuente de información muy detallada del negocio. Subraya: “Al venderle a mi propia empresa, recibo retroalimentación, y si algo no está bien, de inmediato lo sabemos y podemos hacer algo para corregirlo”.
Hablamos ahora de México. Aunque la empresa sigue operando en Michoacán, Patrick se fue en 2013. Le pregunto: “¿Te amenazaron Los Zetas?”, y asiente. Esclarece que salió de la noche a la mañana. Le gustaba vivir en Uruapan. No planeaba irse. Pero corría peligro. La misma Agencia Federal de Investigación (AFI) mandó una delegación para pedirle que se fuera. Ha vuelto a México, pero a Uruapan no.
Entonces inquiero si tiene esperanzas en que las Autodefensas protejan a los campesinos. Struebi responde “Aparentemente lo hacen, pero no lo creo. Muchos líderes son corruptos. Es el gran problema de México”.
Indago si ha podido hacer más rentable el cultivo de frutas que el de mariguana y amapola, y cómo logra que un agricultor siembre fruta en lugar de cultivar estupefacientes. Me responde: “Bien hecho, el aguacate puede ser muy rentable. Y obviamente, si puedes tener un cultivo legal, es mejor que a escondidas”.
Subraya que México tiene tierras muy fértiles y su potencial agrícola es enorme; podría ser una potencia mundial con todo lo que tiene, pero no lo aprovecha porque el gobierno no crea oportunidades, no hay apoyo y los productores no saben qué pueden hacer. Por eso los jóvenes no quieren quedarse en el campo. Y agrega: “Hay algunos empresarios grandes pero nadie se preocupa por los pequeños”.
Asegura que “el potencial que tiene México está desperdiciado. No hay organización. Sería muy fácil tenerla. Pero este problema sucede en toda América Latina. Por eso, nuestro modelo es importante. Con mi empresa genero alternativas. En los lugares en donde operamos, hay muchas empresas que nos han copiado. En Michoacán hay 10 o 12 empresas de comercio justo orgánico que exportan. Como empresario social, lo celebro. Necesitamos miles de empresas que generen oportunidades”.
“¿Es posible tener un negocio en México sin pagar mordidas?”, le insisto. Responde: “El sistema es así. Si no lo haces, no tienes negocio. Es un cáncer. En ocasiones he dado mordidas. Si no pagas, los cárteles te amenazan con no dejar salir los contenedores. En los pueblos no sabes en quién puedes confiar, quién es de la mafia y quién no”.
Pero Patrick le tiene cariño al país: “Vivir aquí fue importante, mi estancia me fue muy valiosa. Me parece un país increíble. Siempre seré extranjero pero, hasta cierto punto, me siento mexicano. Me duele el asunto de los cárteles, la miseria, la política, la corrupción. Entiendo por qué América Latina no avanza. Hay una cultura de pueblo invadido. Falta estructura, ética, disciplina, perseverancia, planeación, paciencia. Aunque hay gentes, como mi gerenta mexicana, muy precisas. Se puede aprender y lograr sobrepasar esos obstáculos”.
Confiesa que seguido le preguntan cómo logró crear una empresa en México. Se da cuenta que fue porque tuvo mucha claridad de lo que quería hacer aunque la cultura fue un gran desafío. Afirma: “Soy suizo, es decir, perfeccionista. Llegué a una cultura donde todo es mañana, mañana. Crear el puente fue un largo aprendizaje. Tardé muchos años en aprender a disfrutar que no todo tiene que ser perfecto, que hay belleza en la imperfección, en ser menos rígido y estar más relajado y feliz. Pero también aprendí por qué los suizos son tan exitosos”.
Le pregunto si los mexicanos son felices. “No sé. Son más fiesteros, menos preocupados, toman la vida como viene. Claro, sí tomas todo como viene no llegas a ningún lado. Pero si estás planeando demasiado el futuro, no sabes qué hacer en el ahora”.
Le pregunto: “¿Puede satisfacerse la demanda mundial alimentaria, sacar de la pobreza a los miles de millones de campesinos de África y América Latina y al mismo tiempo restaurar el ecosistema de la tierra?”. Struebi considera que no hay una solución única. Señala que en 2050 la población mundial será de nueve mil millones y esa gente tendrá que comer. Me informa que en América Latina, 80 por ciento de los alimentos provienen de pequeños productores. Y declara: “Será forzoso tener modelos para alimentar al mundo. Exceptuando el mío, no hay un modelo, que tome esto en consideración”.
Struebi ha recibido muchos premios y reconocimientos por su labor social. Escribe una columna sobre iniciativas empresariales de carácter social en el Huffington Post. Y en la actualidad, vive en Nueva York para poder colaborar con la Iniciativa Global Clinton, ASHOKA y El Foro Económico Mundial para lograr los “17 Objetivos de Desarrollo Sostenible para Erradicar la Pobreza, Proteger el Planeta y Asegurar la Prosperidad”,aprobados por las Naciones Unidas el pasado septiembre. Me dice que con estas organizaciones trabaja para refinar su modelo, porque ven que no hay un modelo para los pequeños productores y tendría que haberlo para que la gente pueda comer y para que miles de agricultores puedan aprovechar la demanda mundial y puedan tener futuro. Especifica: “Habrá que crear un modelo de asociaciones público-privadas. Ya no es posible trabajar aisladamente”.
Patrick es Empresario Social-en-Residencia del Instituto Empresarial de la Universidad de Yale y profesor en esta universidad y en la Universidad de Fordham. En estas instituciones entrena a futuros empresarios sociales y supervisa proyectos, desde el concepto hasta su realización, que buscan resolver alguno de los 17 Objetivos de Desarrollo. Su curso de emprendimiento social en Yale,“Cómo Cambiar el Mundo”, es muy popular. Afirma: “Hoy, los millennials no solamente quieren dinero, quieren generar algo que tenga impacto social. Ahora mismo, una de mis alumnas trabaja conmigo en la medición de impacto sustentable”.
“¿Cuál es el próximo paso?”, le pregunto para finalizar nuestra plática. Patrick Struebi responde: “Han pasado 11 años desde la fundación de Fairtrasa. Hoy, pienso que apenas comenzamos. El comercio justo y orgánico se refiere al 5 por ciento de los productores. Quiero replicar el modelo para el 95 por ciento restante. Muchos productores nunca harán comercio justo y orgánico porque la certificación es cara y porque a veces las condiciones climáticas impiden cultivar orgánico. Ellos también deben tener derecho a progresar. Deben existir opciones fuera de la certificación que incluyan la conexión directa del productor con el consumidor final. Con ellas, cambias el mundo dramáticamente”.
En este tipo de trabajo, los agricultores
son asociados de la empresa, no empleados