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ALFREDO RÍOS ,EL HOMBRE DETRÁS DE EL KOMANDER

- 20:22:00



Son las 12:55 AM del viernes 16 de julio. Estoy dentro del estadio Jaime Canales Lira, en Ciudad Juárez, donde alguna vez formé parte de un club infantil de béisbol. Hay unas 4 mil 500 personas, la mayoría desesperadas por la aparición de El Komander, ídolo del narco corrido, narco-rockstar que dibuja la letra K de su nombre artístico con un cuerno de chivo apuntando al cielo.

Hemos estado aquí desde las 8:00PM, hora citada por los anuncios en las bardas de la ciudad. Hasta ahora han tocado dos bandas más del mismo género amado por los chacales. Durante la última hora de la presentación de El Shaka la gente comenzó a lanzar objetos y a silbar; quieren a El Komander. Por si fuera poco, el cielo se está cayendo entre rayos y truenos.

La atmósfera tiene demasiadas botas picudas, hombres con bolsos estampados por Armani, botellas de Buchanan’s y mujeres con vestidos que apenas llegan pocos centímetros debajo de las nalgas. En el escenario hay unos siete hombres uniformados de rojo con una estampa en blanco del cuerno de chivo vertical que forma la letra K, todos con instrumento en mano. Frente a ellos, los VIP, unas cien personas que pagaron 10 mil pesos por sus mesas. Yo estoy dentro de una masa alborotada que chifla, grita y lanza botellas de plástico al escenario.

-¿Dónde chingados está El Komander? -escucho que preguntan a mi alrededor. Yo me pregunto lo mismo.

La lluvia ha elaborado una síntesis interesante con los olores: es una mezcla de fritangas, perfumes oxidados y tierra mojada. ¿Habrá alguien aquí que se haya rociado con la fragancia de Espinoza Paz?

De pronto el círculo de seguridad comienza a rodear el escenario. Seguido de una grabación que lo anuncia “desde Culiacán, Sinaloa” y acompañado por el sonido de la ráfaga de un arma que, según el hombre que está a mi lado, “son de una mauser”, aparece Alfredo Ríos, El Komander.

Vestido de pantalón y saco blanco sobre una camiseta negra con las iniciales de la marca Armani Exchange, grita “¡Estamos en Ciudad Juárez, pariente!” y abre con “Las dos cruces”. Es el relato de un hombre que ruega a un general por la vida de su padre, un sembrador de marihuana. “General, ya no sea tan violento, que mi padre ya está casi muerto.”

Si este fuera un concierto de heavy metal, estaría rodeado de melenas largas, púas, labios oscuros, gritos guturales y headbangs. Si fuera un concierto de punk, olería a sobaco, frente a mí habría mohawks, camisetas de The Clash y un violento slam. Pero estoy en un concierto de El Komander. A mi alrededor hay cortes militares, gritos rancheros y la gente baila pegadito.

Los hombres regalan rosas a sus mujeres, aquí en el área general, de una en una; allá en el VIP entregan docenas y arreglos florales completos. Aquí bebemos Tecate roja y allá cada mesa tiene una botella de Buchanan’s. Y en otros negocios la gente fuma marihuana. Por allá, me he enterado, anda un hombre repartiendo cocaína a 350 pesos el gramo.

-¡Hasta que amanezca, compita! -grita El Komander casi al final de la primera canción.

La época de la prohibición

Extrañamente, la prohibición del narcocorrido para el estado de Chihuahua comenzó en Tijuana con una frase: “Un saludo para ‘El Teo’ y su compadre ‘El Muletas’. ¡Arriba la maña!”

En aquel verano de 2008 los Tucanes de Tijuana cantaban en un hipódromo más que lleno cuando Mario Quintero, vocalista de la agrupación, envió un saludo a los narcos Teodoro García Simental y Raydel López Uriarte, ambos aprehendidos a principios de 2010 y acusados de asesinar y disolver a unas 300 personas en ácido.

Para el entonces jefe de la policía tijuanense, Julián Leyzaola, aquello fue “el acabose de los Tucanes de Tijuana” y los narcocorridos en el estado de Chihuahua. Al comienzo sólo retiró los elementos de seguridad que les proporcionaba, dejándolos desprotegidos durante sus conciertos, pero finalmente aplicó mano dura y les prohibió presentarse en la ciudad.

ELKONANDERcompleto

“La atmósfera tiene demasiadas botas picudas, hombres con bolsos estampados por Armani, botellas de Buchanan’s y mujeres con vestidos que apenas llegan pocos centímetros debajo de las nalgas”

Leyzaola es militar en retiro. Llegó a Ciudad Juárez en 2011 para atender el llamado del alcalde Héctor Murguía. La ciudad había pasado sus peores 12 meses: más de 3 mil 100 asesinatos en enfrentamientos, emboscadas y el fuego cruzado de balaceras.

El nuevo jefe de policía trajo su experiencia, el uniforme, su familia y un disgusto por los Tucanes de Tijuana. Comenzó una campaña junto al alcalde Murguía y Ricardo Boone, diputado local y empresario del Grupo Radiorama en Chihuaha. Se multaría a cualquier persona o agrupación que intentara reproducir, transmitir o promocionar música con letras que aludieran al narcotráfico. Ese mismo año, Boone presentó la iniciativa ante el congreso local. Fue aprobada. No más narcocorridos en el estado de Chihuahua.

Tan solo en un mes, cuatro bandas fueron multadas por violar la disposición en Ciudad Juárez. Tres más sufrieron lo mismo en Chihuahua; MS, Los Recoditos y Colmillo Norteño tuvieron que pagar 23 mil pesos cada una por cantar narcocorridos durante la Feria de Santa Rita.

Es la 1:10 de la mañana y apenas vamos en la segunda canción de El Komander. “Muchos le dicen ‘El Katch’ y ‘El Seven’ para su equipo. La gente que lo aprecia también le dice Panchito. No le anda haciendo al pancho, aunque su nombre es Francisco”. La gente corea su voz y enfatiza algunas palabras: acelera, alerta, violencia.

Mi nuevo compañero de Tecates me cuenta la historia de Francisco Gallardo “El Katch”, apodado así porque presuntamente evadió las balas con una mano. Fue un militar que operaba en Baja California y que, luego de salvar la vida de un narcotraficante, se volvió su mano derecha y miembro del cártel.

Al parecer las autoridades locales cambiaron de opinión respecto a los narcocorridos porque es apenas la segunda canción y aquí se ha dicho de todo.

Alfredo Ríos, El Komander o El Wiko

Hoy salió vestido de blanco. El barullo de la prohibición, las multas, lo que se puede decir y lo que no lo han convencido de relajar su vestimenta. Cuando El Komander está en Culiacán, en Los Ángeles o en Durango, va vestido para la guerra: traje militar, chaleco antibalas y una pistola 9 milímetros colgada a un costado. La gente está esperando su ya famoso grito, el que llega tras un potente estruendo en el cielo:

-¡Ando buscando al compa más pisteador de Ciudad Juárez, uno que se acabe la botella, pariente!

De pronto 4 mil manos se alzan en el aire. El Komander firma sus conciertos subiendo a varios asistentes, hombres y mujeres, al escenario para lograr que se acaben una botella Buchanan’s de un trago.

Es parte de este show lo que ha convertido a El Komander en el ídolo chacal más grande de México y Estados Unidos. Pero Alfredo Ríos poco tiene que ver con esta caricatura de “El Chapo” Guzmán que se sube al escenario y pretende balacear el aire mientras canta “Cuernito Armani”.

En su gira 2013, El Komander ofrece hasta tres presentaciones diarias. Por ejemplo, comienza el 1 de agosto en Guanajuato, luego el día 3 tiene dos eventos en Tlaxcala y uno en Hidalgo; el 4 da otro set de presentaciones igual; descansa del 7 al 12 y no para hasta el último día del mes.

Cari Komanderguffo

“Hoy salió vestido de blanco. El barullo de la prohibición, las multas, lo que se puede decir y lo que no en este estado norteño lo han convencido de “relajar” su vestimenta. Cuando El Komander está en Culiacán, en Los Ángeles o en Durango, va vestido para la guerra: traje militar, chaleco antibalas y una pistola 9 milímetros colgada a un costado”


El trabajo duro le ha rendido frutos: ha vendido más de 70 mil unidades en Estados Unidos, 20 mil más que la popular Banda El Recodo. Además, sus videos en YouTube superan las 200 mil visitas.

Y aún así, Ríos no se considera un grande.

-Estoy apenas en crecimiento. Me ha ido muy bien, pero todo con el fin de ser algún día uno de los grandes -explicó en una entrevista.

Cuando regresa a su natal Culiacán, El Komander sube a los escenarios y Alfredo Ríos se queda en Los Ángeles, donde sólo conocen a “El Wiko”.

Doña Aracely, la propietaria de una pequeña fonda de comida corrida en el centro de Culiacán, considerada la otra madre de Ríos, le prepara unos huevos estrellados.

-Supuestamente es El Komander y se llama Alfredo, pero aquí en el barrio es “El Wiko”, y si no le gusta, pues ni modo. Lo hubiera pensado antes -dice mientras calienta las sartenes.

En 1970, cuando Alfredo Ríos nacía frente a los ojos de Doña Aracely dentro de un cuarto del Seguro Social de Culiacán, Sinaloa, su padre estaba en un concierto de Ramón Ayala, ídolo de El Komander.


-¿Dónde estaba el papá de “El Wiko” cuando nació?

-Pues viendo a Ramón Ayala -contesta la Doña limpiándose las manos en el delantal.

En 1980, Culiacán habla de grandes narcos. Están en los periódicos, en la televisión y en las calles, pero también en la cabeza de un niño; su nombre es Alfredo Ríos, tiene 10 años.

También se menciona al alcalde Antonio Toledo Corro, su rancho Las Cabras y a un Félix Gallardo. En la televisión se dice que el tal Félix ha asesinado a un gringo, un tal agente de una tal DEA.

Ríos creció con esos hombres en el televisor y otros dos en casa: su padre y su abuelo. Ellos no hablan ni de Félix ni del alcalde; prefieren las guitarras y canciones. En 1984, ya todo un adolescente, Ríos decide aprender de los dos maestros. Su padre le enseñó a tocar la guitarra, su abuelo a usar las cuerdas vocales.

Y luego la síntesis: tras estudiar formalmente composición, canto y guitarra, escribe las historias que lo han rodeado casi tanto tiempo como la música. Habla de Joaquín “El Chapo” Guzmán y de Jesús “Chuy” Lizárraga; compone sobre miembros del Cártel de Sinaloa. Ya conocedor del mundo de la música y del narco, encuentra a otros como él, también sinaloenses, y fundan Komando Norteño. Juntos recorren varias ciudades de México hasta que a Ríos se le ocurre una idea: comenzar una carrera de solista y entrar al mercado estadunidense.

Alfredo Ríos ya no es un adolescente. Ahora se llama El Komander y no le canta “El Chapo”, sino a “El Katch”. Tiene 43 años, ha ganado premios aquí y allá, cobra 300 mil pesos por una hora de su voz, le gusta la ropa Armani Exchange, los autos lujosos, toma Buchanan’s y cuando canta deja su brazo izquierdo pegado al pecha, un atisbo de nerviosismo. El Komander dice ser precavido a la hora de escribir sus canciones, pero aún así acepta el miedo.

-Todos tenemos miedo. Claro que yo también, pero no queda más que encomendarse a Dios -le responde a “El Gordo” de Molina durante una entrevista en televisión.

Para describir la ola de violencia que ha sacudido al país, El Komander usa la palabra “cochinero”.

La época de la otra prohibición

Durante la prohibición del alcohol en Estados Unidos, al otro lado de la frontera, en Ciudad Juárez, a una mujer y a su esposo les brillaban los ojos color oro. Ella se llamaba Ignacia Jasso “La Nacha”, él Pablo González “El Pablote”. Fueron los primeros y más importantes narcos que ha hospedado aquella frontera.

La prohibición les vino como anillo al dedo para encontrar un nuevo mercado: los gringos que cruzaban a México para seguirse abasteciendo de alcohol. De por sí su otro negocio ya era fructífero. La pareja había asesinado a toda la mafia de chinos para quedarse con su red de tráfico de morfina en Ciudad Juárez. A “El Pablote”, un bravucón gigantesco y siempre armado, le duró el gusto hasta 1930, cuando se enfrentó a un policía temeroso.


Según cuenta Juan Carlos Ramírez-Pimienta, un narcocorridólogo de la Universidad de San Diego, California y autor del libro Cantar a los narcos: voces y versos del narcocorrido (Editorial Planeta, 2011), “El Pablote” se encontraba en una cantina cuando entró un suertudo agente de la policía. Luego de que el narco le lanzara una serie de insultos y el oficial los tomara todos, “El Pablote” le advirtió que cuando menos lo esperara le metería un tiro entre los ojos. La amenaza no fue en vano. “El Pablote” intentó un disparo, pero el policía, asustado, brincó tras la barra y soltó un tiro de suerte. Así murió el más grande narco que había conocido México.

Cuando José Rosales, un cancionero norteño, se enteró del suceso, supo que aquello tenía que quedar plasmado en una melodía. Rosales fue el primero que escribía sobre un narcotraficante cuando los corridos sólo hablaban de hacendados o revolucionarios.

Aquel martes 8 de septiembre de 1931 fue histórico. Desde El Paso, Texas, José Rosales y Norberto González grabaron un corrido de 18 cuartetos en ambos lados de un disco de 78 revoluciones por minuto dentro de las instalaciones de la compañía discográfica Vocalion, subsidiaria de la Warner Bros.

El género ha mutado en los últimos años, y en opinión de Ramírez-Pimienta, la guerra contra el narcotráfico en México ha tenido mucho que ver.

-La guerra contra el narcotráfico en México, iniciada en diciembre de 2006, trajo como consecuencia que el narcocorrido incluyera en su temática estos enfrentamientos con las fuerzas federales, pero también que resurgiera el género con fuerza. -explica.

Además, asegura que Ciudad Juárez en particular ha cambiado el género.

-El narcocorrido antes hablaba de fiesta, de cómo los traficantes la pasaban bien. Pero cuando empieza la híper-violencia en Ciudad Juárez, el narcocorrido registra esa situación, partiendo de la premisa de que la versión del gobierno no es confiable -dice.


Zona de guerra

Desde esta perspectiva no es de extrañarse lo que sucede en estos momentos. El Komander ha cantado en total cinco narcocorridos y unas 10 canciones que hablan de inhalar cocaína, fumar marihuana o ambas cosas al mismo tiempo.

La lluvia nos ha bañado y ahora se levanta un olor a humanidad. Los perfumes oxidados han desaparecido, igual que las barreras del área VIP. La gente comienza a brincar la cerca divisoria e intenta subir al escenario mientras el equipo de seguridad los empuja hacia el resto de nosotros.

El Komander se está despidiendo entre la última canción. Está nervioso. Ya entraron agentes de la policía municipal para contener la masa. Yo sigo con una pregunta en mente: ¿Cuál fue el acuerdo con las autoridades de Chihuahua para que no hayan tachado esa lista?

Cuando Sandra Orozco, promotora chihuahuense de eventos musicales, pidió traer a El Komander al estado, prometió al alcalde y al gobernador de Chihuahua llenar incluso con gente de Texas. Quizá esto fue lo que les hizo cambiar de opinión.

Según Orozco, el alcalde Murguía y el ayuntamiento de Juárez y Chihuahua revisaron el listado de canciones en el repertorio de El Komander. Acordaron que podía cantar corridos “mientras no hablaran de narcotraficantes en particular”.

Pero al salir del concierto me voy a enterar de que por haber cantado cinco narcocorridos el ayuntamiento los castigó quedándose con un depósito de 100 mil pesos que pagaron previo al evento “por si cambiaban el repertorio”.

-Estábamos preparados para ellos, para el evento, los narcocorridos y la negativa del compositor y de los organizadores. Por eso pedimos el depósito que han perdido automáticamente luego de haber entonado estos temas que ensalzan la violencia -me explicará al día siguiente Fernando García, secretario del ayuntamiento de Chihuahua.

“En 1970, cuando Alfredo Ríos nacía frente a los ojos de Doña Aracely dentro de un cuarto del Seguro Social de Culiacán, Sinaloa, su padre estaba en un concierto de Ramón Ayala, ídolo de El Komander.

-¿Dónde estaba el papá de El Wiko cuando nació?


-Pues viendo a Ramón Ayala -contesta la Doña limpiándose las manos en el delantal”

Omar Valenzuela, miembro fundador del colectivo Movimiento Alterado, donde El Komander es el principal artista, me explicará desde su radio particular:

-A nosotros ningún promotor ni autoridad nos dijo nada; ni sabíamos de esta situación. Pero si no nos hubieran dejado cantar corridos, habríamos cantado otras canciones.

Cuando le digo que he revisado las 200 canciones en el repertorio de El Komander y que sólo 16 de ellas no hacen alusión al narco y además no parecen ser muy populares, me comenta:

-La gente quiere escuchar narcocorridos, pero nosotros siempre hemos sido muy respetuosos de la ley. Nunca nos han parado por cantar en alguna plaza, y si así lo hicieran, tendremos que acatar la decisión.

Entonces, con 100 mil pesos en mano, apenas una tercera parte de lo que cobra El Komander por sesenta minutos de presentación, se pueden cantar narcocorridos en tierras de Julián Leyzaola.

Finalmente, el hombre de blanco en el escenario, ese compositor que comenzó a tocar guitarra a los 14 años y al que Doña Aracely llama “El Wiko”, lanza una patada al viento y dice

-¡Nos vemos, Ciudad Juárez!

Corre hacia el fondo del escenario escoltado por varios hombres de negro que lo toman del brazo.

Son las 2:05 de la madrugada del viernes 16 de julio. El estadio que me vio alguna vez jugar béisbol se ha convertido en una zona de guerra. Las 4 mil 500 personas que esperaban al narco-rockstar de la letra K ahora buscan salir de aquí.

– ¡Qué chingón estuvo El Komander!

 

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