Fue uno de los oficiales del ejército entrenado en fuerzas especiales que se ganó la confianza de Joaquín el Chapo Guzmán. Fue su jefe de escoltas, y una vez que el capo cayó detenido, su estrella se apagó.
Años atrás su protector era el capitán Hermilo Martínez Vera, cercano al Mayo Zambada y publirrelacionista de la organización con los mandos del Ejército, quien fue capturado en agosto del 2012. La muerte del teniente desertor Alejandro Aponte Gómez, cierra el capítulo sobre la escolta militar que acompañó varios años en su huida al defenestrado líder del cartel de Sinaloa.
El miércoles 9 de abril, la noticia se fue filtrando a algunos medios de comunicación casi en voz baja: “Mataron al Bravo”. Los cuerpos de tres hombres con huellas de tortura y asesinados con saña habían sido encontrados en una fábrica de bloques, en las inmediaciones de La Cruz de Elota.
No los asesinaron ahí, porque no se encontró en el lugar ningún casquillo. Los bajaron de algún vehículo y los arrastraron alrededor de 25 metros hasta dejarlos adentro de la fábrica, detrás de una malla ciclónica.
Dos de los cuerpos fueron identificados como Jesús Eduardo Valadez Noriega y Francisco Javier Ibarra Reyes, ambos con antecedentes penales. Hasta el cierre de esta edición, el tercer hombre no había sido identificado.
Un día después, el Procurador confirmó la muerte del Manuel Aponte Gómez, el Bravo, al revelar que las huellas dactilares de otro hombre encontrado cerca de ese lugar, un día antes por la noche, en un camino de terracería a la altura del pueblo Tanques de Elota, coincidían con las del pistolero de Joaquín Guzmán, registradas en una licencia de conducir.
Al cuerpo del Bravo se le encontraron seis disparos en la cabeza y en el cuello y podría haber sido ejecutado alrededor de las 17:00 horas del martes 8 de abril, señaló Higuera Gómez.
“Se realizó una pericial dactiloscopía entre la huella dactilar de la licencia de conducir con la huella dactilar tomada en SEMEFO y debo decirles que el resultado establece que hay correspondencia total entre la huella de la licencia y la que le fue tomada como muestra al cuerpo”, explicó el Procurador.
Sobre las causas de su muerte, nada, solo la advertencia lapidaria de Carlos Manuel Hoo Ramírez, el hombre que fue detenido junto a Joaquín Guzmán Loera, el 22 de febrero en Mazatlán, cuando advirtió ante el Ministerio Público Federal que la detención del Chapo podría desencadenar una guerra entre Dámaso López Núñez y Manuel Aponte el Bravo, si éste y los hijos de Guzmán Loera llegan a creer que fueron traicionados por Dámaso.
Se titula un criminal
Todo ocurrió en el verano del 2006 en un paraje cercano al cerro Moinora, uno de las elevaciones más altas de la sierra en el “Triángulo Dorado”. Un grupo de fuerzas especiales había topado con el anillo de protección que se desplazaba como escolta de Joaquín Guzmán Loera. Aquel fue un tiroteo que duró varias horas, se decía que solo quien conocía bien las cañadas y los caminos podría desplazarse al caer las sombras de la noche sin ser detectado.
Aquella ocasión fue la primera vez que una compañía de infantería que formaba parte del batallón 42, recibió información de que en el grupo que custodiaba al Chapo había varios militares desertores. Tropas de esta unidad, con cuartel en Guamúchil y una base en la cabecera municipal de Badiraguato, habían acudido en apoyo a una sección, compuesta por alrededor de 30 efectivos, del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) que se enfrentó a los pistoleros.
Los reportes señalaban que el Chapo logró escapar gracias a que uno de sus escoltas lo sacó de aquel cerco apoyado por un grupo al que tenía bien entrenado. “Se ganó el favor del Chapo cuando lo sacó de ese lugar, tiempo después le contó a uno de nuestros informantes que lo sacó cargando, lo sacó lo menos jodido que pudo. Antes de eso Aponte era un pistolero de poca monta”, dice un capitán de infantería que estuvo en aquellos años comisionado en el batallón 42 y que hoy día está de servicio en una zona militar del centro país.
A partir de esos días de mediados del 2006, Manuel Alejandro Aponte Gómez, un teniente de infantería que había desertado dos años atrás del Ejército, fue ascendido a jefe de la escolta del Chapo. Su nombre comenzó a ser mencionado por fuentes castrenses desde septiembre del 2004, cuando un grupo armado asesinó en el estacionamiento del centro comercial Cinépolis de Culiacán, a Rodolfo Carrillo Fuentes y a su esposa. Informes militares de aquel año citaban que entre los pistoleros que dieron muerte al Niño de Oro, hermano menor de Vicente Carrillo Fuentes, entonces jefe del cartel de Juárez, iba el teniente Aponte, de quien ya tenían indicios que se había unido a la organización.
Aponte se convirtió por ese tiempo en jefe de instructores de los pistoleros que reclutó la organización que comandaba el Chapo Guzmán e Ismael el Mayo Zambada. Como oficial egresado del Colegio Militar, era el primer GAFE que organizó las escoltas no solo con equipo y logística, sino también con el uso y explotación de la información de inteligencia.
Años después, en agosto del 2009, un grupo entrenado por el teniente Aponte fue el encargo de evacuar el rancho Las Trancas, en la parte más alta del municipio de Tamazula, Durango. Un informe militar fechado en aquellos días en la comandancia de la Tercera Región Militar, refería que en ese lugar se había desmantelado y asegurado un laboratorio que abarcaba varias construcciones donde se producían drogas sintéticas.
La prensa nacional registró el decomiso de más de 200 hectáreas tras un recorrido organizado por el mando militar en Durango. En el lugar había dormitorios para quienes ahí trabajaban, antenas para comunicaciones vía satélite, plantas de luz, una pista para avionetas, cabañas, en una de las cuales se encontró ropa de marca, catálogos de modelos colombianas y un pequeño gimnasio. El documento señalaba que los encargados de vigilar el lugar y de la logística, eran testaferros que comandaba Aponte.
Según su hoja de servicios militares, Aponte Gómez se graduó en 1996 como subteniente de infantería del Heroico Colegio Militar. Varios de sus contemporáneos, hoy oficiales del Ejército que formaron parte de su antigüedad, se identifican cuando se les menciona un episodio que marcó a toda esa generación del alma mater del Ejército mexicano.
Hermilo era “el bueno”
Era un seductor nato. De buen trato, sumamente atento y siempre dispuesto a ayudar. Cuando se encontraba a algún militar conocido que andaba de servicio con sus tropas ahí en Culiacán o en los alrededores les decía “Qué pasó mi capitán, qué pasó mi teniente, ¿cómo los trata el mando? Aquí les va para que le manden a sus jefecitas”. Y sacaba un fajo de billetes: “toma este apoyo para la fiesta o graduación de la escuela del chavo”, decía.
Varios oficiales recuerdan que entre los militares, dados de baja o desertores, que estaban al servicio del cártel de Sinaloa, sin duda el capitán Hermilo Martínez Vera era el más carismático y apreciado. Este oficial de caballería se había dado de baja en los años 90 del Ejército, después de que estuvo comisionado en la capital sinaloense.
Tiempo después se supo que Martínez Vera se había unido al grupo del Mayo Zambada, y durante varios años se desempeñó como ayudante de Ignacio Nacho Coronel. Era el publirrelacionista de la organización con los militares. Conocía a muchos, él era de la antigüedad del Colegio Militar del hoy general Pedro Cobián Escalera, se jaló al capitán Sergio Armando Barrera Salcedo, que años después se volvió importante operador de la organización en Chiapas, dice un mayor del Ejército que lo conoció de tiempo atrás.
Martínez Vera era muy allegado al Chapo y al Mayo, y simpatizaba con el teniente Aponte Gómez. A varios de esos jóvenes, de la antigüedad de Aponte, los tuvo de subordinados y los conocía bien. Una ocasión, recuerda otro oficial del Ejército, el capitán Martínez Vera estaba en un restaurante del aeropuerto de la ciudad de México rodeado de gente mal encarada, pero acompañado de una mujer bellísima.
“Ya sabíamos que trabajaba para los narcos, pero se paró, fue a saludarme y me abrazó, me dijo que cómo estaba y si no se me ofrecía nada, mientras con la mirada apuntaba hacia aquella mujer. Le dije que no. ´No mi capitán, sigo a sus órdenes, un gusto saludarlo, que esté muy bien´, le dije y me despedí”.
Hermilo fue el que terminó por convencer al Chapo de la necesidad de que el grupo del teniente Aponte estuviera muy bien entrenado y equipado. Al paso de los años se había convertido en su valedor. Ya no pudo abogar por él pues en agosto del 2012, un grupo de fuerzas especiales lo detuvo en Culiacán, apenas días después de que en Chiapas el Ejército capturara a su socio y amigo Barrera Salcedo.
Al paso del tiempo, desde que desertó del Ejército, el teniente Aponte se había ganado el mote del Bravo. Era bueno, pero era solo un teniente de fuerzas especiales. No era gran cosa, pero para los mandos del cartel de Sinaloa significó el primer instructor militar que podría hacer frente a otros grupos armados como los Zetas y La Línea, del cartel de Juárez, señala un coronel que lo tuvo bajo su mando.
Su hoja de servicios militares fija los años 2001 al 2003 como el lapso en que estuvo de oficial de servicio en la séptima Compañía de Infantería No Encuadrada (7ª C.I.N.E), cuando tuvo su sede en Badiraguato. En esos meses fue cuando se contactó con la gente del Chapo. En los días en que a la compañía la mueven a San Ignacio, al sur del estado, Aponte solo estuvo poco tiempo. Después se conocería que tenía abierto un proceso penal y estuvo “a disposición” de la secretaría de la Defensa en la ciudad de México. A principio del año 2004, cuando su juicio había concluido, seguía a disposición de la Dirección de Infantería y un día, de buenas a primeras, ya no se presentó. Semanas después reaparecería como escolta del Chapo.
En los últimos meses “¿necesitaba más el Bravo del Chapo, o el Chapo del Bravo?”, pregunta un teniente coronel que lo conoció en filas. “No tenía otra salida, se quedó solo en medio de la disputa por el poder. Nadie metió las manos por él. Mira cómo quedó, si en realidad era muy bueno como decían, al menos les hubiera costado más trabajo sacarlo de la jugada. La moraleja es que no basta ser ducho con las armas, necesitas inteligencia, información, con eso te adelantas, vas un paso por delante y no hubiera caído como cayó”, asegura. Era pues, un mito creado por los medios de comunicación.